Te han expulsado de la sala porque ha llegado el momento en que tu
presencia es más estorbo que ayuda. No salía, por más que se esforzaba aquel ser diminuto seguía
encerrado en la placenta.
Has
cogido un segundo su mano para animarla y la has dejado en la soledad de su
dolor, humillada por la postura, con una pierna mirando para Valencia y la otra
para Ciudad Real y una cara de estreñimiento agudo muy propiciatoria para
granjearse enemistades y patas de gallo.
Las dos enfermeras han
seguido a lo suyo, intentando que aquel globo sonda se desinflase como fuera.
Ahora
estás en el pasillo, nervioso, y de forma inevitable piensas que algo va mal,
que el parto, sin saber por qué parece que se está complicando. Esperas
que de un momento a otro salga alguien con una bata blanca y te diga: “puede
usted pasar. Todo ha ido bien"
Pero la puerta batiente que
da a las salas de partos está quieta como el agua de una charca y los minutos
pasan y solamente se escuchan algunos gritos de dolor, no sabes de qué sala ni
de que mujer, aderezados con berridos
de niños.
Esperas
a alguien que no has visto en tu vida. No sabes si estará sano o enfermo, si le
faltarán los dedos de una mano, un pie, un riñón o una oreja. Confías que la
madre pueda contarlo. Y a pesar de que estás harto de la monotonía de la vida y
la normalidad de cuanto te rodea, confías en que todo sea normal, con la misma
normalidad que cuando nunca pasa nada y las horas están muertas mucho antes de
que las saetas del reloj las marque.
¿Cómo
será? ¿Rubia o morena?. ¿Quizás pelirroja?. Si su abuelo era pelirrojo es
posible que... No, ninguno de los tres colores. La niña será calva, como una
bola de billar, sólo con alguna pelusilla, parecida a esa que a veces se
acumula debajo de la cama.
Por
fin la puerta se abre y una enfermera te hace señas para que entres. La madre y
la niña están bien. Pero ¿qué es lo que ven tus ojos?. La niña es negra, negra
como el azabache y tú eres blanco, blanco como el arroz, lo mismo que tu mujer
. ¿Será posible?. Encima de cornudo no
eres padre.
Pero...
¿en qué estás pensando?, ¿dónde tienes la cabeza?. Esta es la sala número tres
y tu mujer está en la dos y no es esa negrita que esta ahí, ¿verdad?.
Por fin respiras aliviado y
raudo entras en la sala dos y las ves. Tu mujer sonríe y la niña está
arrebujada en el cuco.Las manos
diminutas, los ojos grandes, sorprendidos. Y tú, tan torpe como siempre, no
sabes como cogerla, ni que decirle. Al final suspiras: bienvenida al mundo, pequeña.