Corrupción y mentira. No pasa día
sin que la radio, la prensa, la televisión e Internet vomiten las miserias políticas de esta España
nuestra. Un día aparece un señor con una cuenta con 22 millones de euros en
Suiza, que luego resultan ser 38, y otro una señora hace una penosa
intervención pública inventándose la revolucionaria forma de “despido en
diferido”, como la retransmisión de algunos partidos de fútbol en la tele. Un
día aparece el presidente diciendo que no sabe nada de sobresueldos y otro
sacudiéndose las acusaciones, con sus declaraciones de la renta que, amén de
subirse el sueldo un 27% en plena crisis, no prueba en nada su inocencia.
¿Desde cuando hay alguien que declara el dinero “B” en la declaración de la
renta?. Y con este pueril argumento, toda la plana saca pecho para demostrar lo
indemostrable.
Un día un
señor nos habla de cómo no han podido despedir a un compañero imputado en la
trama Gürtel y, dos días más tarde, lo despiden, porque, como todos sabíamos,
sí que se podía.
La mujer no
sabía nada de lo que pasaba en su casa cuando vivía con el marido. El brazo
derecho de unos no sabía ni media de lo que hacía el brazo izquierdo. Los
amigos no se enteraban de nada y al capitán de la nave le dieron el carné de
bienvenida a la inopia nada más llegar. Todos estaban en la higuera, comiendo
brevas. ¿Sobres?. Allí no veían ni los
que traía el cartero.
Ninguno sabía
nada. El garbanzo negro de la olla estaba apartado desde hacía mucho. Pero no,
luego resultó que estaba en el fondo del caldero, que, por lo visto, no lo
sacaron nunca. Si, pero no. No, pero si. Te echo de mi casa, pero luego
compartimos mesa, nos divertimos juntos y hasta guardamos nuestros secretos, Y
la oposición critica y el Gobierno le dice y vosotros ¿qué?. Y le restriega por
el morro sus muchas suciedades y errores. El ventilador se pone en marcha y
todo se salpica de porquería. Y como
todos tienen trapos sucios que lavar, amigos que proteger y errores que pasar
por alto, seguimos lo mismo. Sin que haya transparencia en los partidos
políticos, sin que la verdad resplandezca. Sin que se promulguen leyes que
metan en vereda a los corruptos, utilizando todas las maniobras dilatorias que
les brinda esta justicia tortuga, escurriéndose entre las grietas legales con
los mejores abogados, agotando todos los recursos.
Seguimos viendo como se deja sin
castigo a los mangantes, a los compañeros
que les ayudaron, con los que
tanto han compartido, a los asesores, que ahora desembarcan con sueldazos en la
sanidad privada, a los amigos de sus amigos, que también son sus amigos. Y todo
este compadreo, todo este afán de salvar el culo y la poltrona, siempre está
muy lejos de la ética, de la dignidad, de la honradez, caiga quien caiga.
Cuando algo
huele a podrido, quien más o quien menos se desentiende y dice que los
tribunales tienen la última palabra. No se ponen a trabajar para atajar la
corrupción. Aquí sólo se habla.
En Alemania un
ministro dimitió por haber copiado en su tesis cuando era estudiante. En
Inglaterra otro dejó el cargo por mentir a cerca de una multa de tráfico. Aquí,
aunque la vergüenza arrastre por el suelo, se sigue en el puesto, como si nada.
En España hay discursos y frases. Hay
algarabía y nada más. Por tanto, con
los dos partidos mayoritarios, seguimos, empantanados en ese juego de si pero
no, escondiendo las manos debajo de la mesa. Entre la ética del discurso
televisivo para dar buena imagen y la tropelía bajo cuerda. Entre la frase
florida para quedar bien y el atraco canalla. Entre la pompa para salir en la
foto y la miseria del ladrón de guante blanco. Entre la demagogia y la
obscenidad del fraude y la mentira. Entre la democracia de mitin y el esconde
las pruebas para que no nos pillen.
Los ciudadanos
estamos cansados. Hartos de mentiras, de promesas que se apuntaron en el agua,
de papeles mojados, de electoralismos y brindis al sol. Queremos que los
políticos trabajen de verdad para defender nuestros derechos, no para que los
pisoteen. No para que nos pongan excusas y nos tomen por tontos. No para que
nos hagan comulgan con ruedas de molino.
Hace unos días
la ministra de Sanidad, Ana Mato, tuvo la osadía de decir que la sanidad ha
mejorado en España. Por lo visto no quiere enterarse de las plantas y
hospitales que han cerrado, de los trabajadores sanitarios que han ido a la
calle, de las manifestaciones en contra de su política, de las listas de
espera, que tanto han aumentado, de la calidad de las prestaciones que tanto
están bajando, de esa sanidad pública que se está desmantelando cada día que
pasa. También hay otros responsables que, para pasmo de España entera, afirman
que la educación o la cultura, gracias a una mejor gestión, experimenta una
mejoría.
Ya lo dice el
refrán: “no hay mejor ciego que el que no quiere ver”. El Gobierno está ciego
y, visto lo visto, no se entera ni de lo que pasa en su partido ni de lo que
nos pasa a los españoles. Con esta ceguera y las pocas ganas que hay de bajar
de la higuera, los tropiezos están servidos.