El fanatismo
es una bomba de relojería con el cronómetro en marcha que puede estallar en
cualquier momento. Basta el lejano recuerdo de una caricatura, un artículo
bilioso, una manifestación pública, una simple crítica o un texto de pura
ficción para que el fanático te insulte, te persiga, te golpee o, en el peor de
los casos, te mate. En más de una ocasión ha habido personas que se han sentido
ofendidas por algo que yo había escrito, a pesar de que no había motivos para
ello. Pero ya se sabe, la ofensa es ancha y libre y cada cual se ofende por lo
que quiere.
El
fanático no razona, no dialoga, no cede. El fanático grita, golpea y mata. El
fanático se deja llevar por sus obsesiones o por las de un líder o de un
movimiento y no ve más allá.
Grupos yihadistas como Boko Haram, el Estado
Islámico o Al Qaeda siembran cada semana el terror. Basta recordar el secuestro
y la matanza de niñas a la puerta de
colegios –por lo visto es muy malo que una mujer aprenda-, el asesinato
televisado de periodistas y voluntarios de ONGs, la reciente masacre te en
Nigeria de más de 2000 personas, o el atentado en París al semanario humorístico
Charlie Hebdo, con 17 muertos. Pero no
sólo la barbarie es patrimonio de la Yihad. En muchos lugares de Europa están
avanzando los grupos políticos
xenófobos y las actuaciones más
dictatoriales. En España sin ir más lejos hace unos días el presidente de Sortu
hablaba de dar jaque mate a la guardia civil.
Este
es el estereotipo del terrorismo que cualquier ciudadano pondría como ejemplo,
pero también hay otros terrorismos que, aunque más callados, son tanto o más peligrosos
y parece que el común de los mortales no repara en ellos como debería. Como
ejemplo basta recordar que en Madrid concretamente miles de viviendas sociales,
con la garantía del Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid se han vendido por
debajo de su precio de coste a multinacionales foráneas como Goldman Sacs. El
dinero público destinado a la vivienda de los más humildes se ha dilapidado y sirve
para que grandes empresas hagan su agosto. Sin preocupación alguna de la señora
alcaldesa, Ana Botella, la señora Esperanza Aguirre o Ignacio González, actual
presidente de la Comunidad de Madrid, quienes se la trae al pairo que las
viviendas protegidas pasen a manos privadas y se eliminen de un plumazo todas
las facilidades que se les daban a los propietarios que viven en ellas, quienes
no pueden hacer frente a los pagos y se enfrentan al desahucio. Esta es también
una suerte de terrorismo de Estado que aboca a centenares de familias a
quedarse sin techo. Pero nadie lo califica de ese modo. Se cuela entre nosotros,
como una cosita de nada, un producto irremediable de la crisis.
Entre
10 y 12 personas al día mueren a consecuencia del virus de la hepatitis C
mientras el Gobierno deshoja la margarita de si paga o no los medicamentos.
Para otras cuestiones, bastante mucho más superfluas no se reparan en gastos.
Hay todo un rosario de obras faraónicas inútiles y asuntos baladíes por toda la nación, pero la atención de la salud de los ciudadanos, esa que se
recorte o que espere. El fanatismo de lo
superfluo. El despotismo de políticos corruptos e ineptos. El triunfo de la
inmoralidad a costa de la debilidad de los humildes, de los que callan y aguantan.
Las
víctimas de la talidomida, unas 3.000
sólo en España, nacieron con carencia de extremidades o con estas malformadas a
consecuencia de un medicamento, y 50
años después, cuando los supervivientes comienzan a padecer con la edad otros
problemas físicos, que exigen nuevos cuidados y terapias, la Audiencia
Provincial de Madrid va y les dice que el caso ha prescrito. Al parecer España
es el único país donde la compañía Grünenthal no va a pagar a los afectados a
causa de nuestras leyes. Las víctimas sufrirán hasta el final de sus días y
jamás podrán actuar como personales normales, pero como el periodo para hacer
justicia prescribe, la Ley, fiel a sus normas, lava las manos del culpable y,
ciega, lo entroniza como a un santo. Aquí no pasó nada y si pasó fue como si no
pasara. Esto también es puro terrorismo. La Justicia nunca puede ser como un
yogur que caduca. Pero los Gobiernos de turno no hacen nada para cambiar esta
bochornosa ley, con toda seguridad para disfrutar del beneficio de quedar
exonerados de sus múltiples corrupciones, a fuerza de prolongar los procesos
judiciales. No interesa una justicia rápida, los delincuentes tienen que
salvarse, especialmente los más ricos y poderosos.
Cómo
olvidar a los 700.000 afectados de las preferentes que ahora emprenden acciones
legales contra las cajas de ahorros. Este asunto también podría calificarse de
terrorismo de Estado. El Gobierno, a pesar del dictamen de la Comisión del
Mercado de Valores diciendo que es un engaño, además de no asumir su parte de
responsabilidad, tampoco obliga a las
Cajas a devolver directamente el dinero que robaron, sin que las víctimas
tengan que hacer frente a los gastos judiciales. Como ha pasado en Estados
Unidos y otros países con similares
engaños financieros. Aparte de que ahora muchos preferentistas estén
viviendo con estrecheces, los más mayores es muy posible que mueran antes de
que les devuelvan los ahorros de su vida. Una vergüenza.
Europa,
Estados Unidos, China… ese primer mundo,
que predica la democracia, la tolerancia y los derechos humanos, es el mismo
que esquilma los bosques en la Amazonía, el coltan del Congo o los diamantes de Sudáfrica. El que saquea las riquezas de África. El que trafica
con órganos humanos, animales exóticos y drogas. El que tortura y extermina por
dinero. El mismo primer mundo fanático que invade países, provoca guerras y
vende armamento. El mismo que ve la paja en el ojo ajeno, pero nunca en
sus ojos. El mismo que condena la
violencia y, de forma simultánea, para controlar los hilos de la economía, a su
paso va dejando un reguero de hambre, muerte y destrucción. Unas veces a través
del Fondo Monetario Internacional o del Bando Mundial. Otras por medio de un
acuerdo bilateral o un pacto leonino. Muchas por una guerra en nombre de la libertad
y la paz, pero que solo persigue recursos naturales, poder y dinero.
La riqueza
crea pobres. La especulación es la fábrica del hambre y de la explotación.
Nadie está libre de pecado. Son los tiempos del imperialismo económico, de la
economía global y las multinacionales van de cacería por el mundo y se lo van repartiendo.
El terrorismo por tanto no solo está en Oriente ni es patrimonio de grupos de
exaltados. Occidente, en general ese primer mundo que parece llevar las riendas,
también tiene su propio terrorismo, sus muertos, sus víctimas y verdugos. Nos
gusta mirar para otro lado y decir que, al menos ahora, el terror viene de
fuera. Mucho más justo es reconocer que, aquí, antes y ahora, el terrorismo también estuvo y está con
nosotros.