Hace solo unas
semanas todos los representantes políticos aseguraban que no pactarían con
ningún otro partido. Ahora, en vísperas de formar gobierno en regiones y
municipios, todo son reuniones para aliarse hasta con el demonio si es preciso.
Esta primera mentira política es el vivo ejemplo de que la palabra de un
político tiene tan poco crédito como un cheque sin fondos. En el futuro esta
falacia vendrá aparejada de otras muchas, pues es solo el aperitivo previo al
choque que sin duda se producirá cuando las
promesas y los sueños se estrellen contra la dura realidad. Soñar es fácil, pero aterrizar sin paracaídas ya es
otro cantar.
Estamos
en el momento inicial tras las elecciones y el espectáculo es bochornoso. La
vieja guardia pretoriana y corrupta lanza órdagos hasta con sus oponentes de toda la vida y prefiere
perder un ojo con tal de cegar a un tercero. Sociatas de capa caída sonríen y
abren los brazos a los enemigos que hace
dos días no saludaban y los partidos que van a renovarlo todo estrechan la mano
de los tradicionales, a quienes no soportaban hace nada.
Ignoro qué les
parecerán tales pactos a los votantes, que se decantaron por una determinada
opción y no por otras y ahora asisten a este intercambio de parejas. Extraños
maridajes saldrán de todos estos acuerdos. Hay que dialogar, es preciso formar Gobierno,
por supuesto. Pero, las posturas están tan encontradas que, de momento, solo
nos llega el eco del griterío, el sucio y eterno veneno partidista de los malos
perdedores, de quienes, a toda costa, quieren tocar poder y poco o nada les
importa el electorado, y los que sabiéndose el peso que inclinará la balanza a
una lado u otro, aprovechan el momento
para hacer prevalecer sus ideas. Cada cual intenta aliarse para incrementar su cuota de poder. Algunos fingen que no pasa
nada y van sembrando hipocresía. Otros
se frotan las manos. Pero, nadie puede evitar que el panorama cada vez se parezca
más a un charco de ranas donde no solo nadie se entiende, sino donde se muestran
los más bajos instintos políticos. ¿Qué tendrá el poder que todos lo quieren?
¿Qué tienen las poltronas para que quienes están no quieran dejarlas y quienes
llegan estén locos por sentarse en ellas? Un idealista, con la mejor intención,
respondería que se trata de luchar por
unos ideales o por defender la justicia
o la ética. Un corrupto, mientras con las manos se va metiendo los sobres en los bolsillos, dirá que se trata de hacer una España mejor, mejor para él, claro.
Siempre habrá quienes les crean, pero al cabo de uno, dos, tres o cuatro años,
ambas frases tal vez acaben por ser una gran utopía. Los poderes fácticos,
nacionales, europeos y mundiales (corporaciones financieras, multinacionales…),
desde la sombra, sin haber sido candidatos ni elegidos, no solo manejan los
hilos y los dineros, sino también a gobernantes y ciudadanos. Vencer esa fuerza
omnímoda, a menudo, es imposible.
Nadie nos
quitará que el próximo presidente del gobierno doble la rodilla ante las
compañías eléctricas y nos vuelvan a subir el recibo de la luz cuando les
apetezca, paguemos por horas o tengamos que comprar el último contador del
momento. Ni unos ni otros evitarán que
las petroleras se unan para incrementar los precios de los carburantes de inmediato
y tarden todo lo posible en bajarlos, si llega el caso. Posiblemente ningún
Gobierno impedirá que las empresas telefónicas nos cobren más de la cuenta, que
los bancos nos estafen o que la
Justicia, con harta frecuencia, sea un privilegio de los ricos para machacar a
los pobres y los delitos prescriban para que los delincuentes, indemnes,
vuelvan a hacer de las suyas. Casi con toda seguridad estas y otras cuestiones
seguirán igual que siempre.
España necesita
una regeneración política y democrática, un saneamiento moral, una profunda
reforma de la Justicia y de la manera de gobernar. Pero, desde hace siglos este
es un país de pícaros donde siempre han sobrado muchos sinvergüenzas. Es más fácil
que la podredumbre nos contamine que erijamos la honradez como estandarte. En
estas últimas elecciones todavía ha habido municipios que han elegido a candidatos
que volvieron de la cárcel o están imputados.
Lo que demuestra que, a veces, el clientelismo político o la cerrazón pesan más
que la ética. En cualquier caso, es obligado apostar por una reforma moral de
la política y las instituciones. Es intolerable que haya políticos que viven
como rajás y ciudadanos que pasan hambre, que haya jóvenes que, a pesar de su alta
capacidad, no puedan estudiar en la universidad. Es deleznable que la sanidad
se privatice, y haya plantas de hospitales públicos que se cierran, que haya
familias a las que echan de su casa y tienen que dormir en la calle, como perros abandonados.
Hay que apostar por la regeneración, por la equidad. Es la única opción que,
por dignidad, nos corresponde.
Después de tantas comisiones, sobres y
escándalos sería un escarnio no hacerlo. Ardua tarea para gobiernos municipales y autonómicos, tan
plagados de alianzas. Y todo un camino sembrado de espinas para el futuro
Gobierno de la nación donde, a la vista de lo que ahora sucede, es muy previsible
que cada grupo tire de la soga para un
lado distinto.