Rajoy,
Sánchez, Rivera, Iglesias… Todos se empeñan en mostrarnos sus opciones
políticas y hacen hincapié en las bondades de cada uno de sus programas. Vengan
ruedas de prensa, declaraciones, entrevistas, reuniones… Vengan palabras como
puñales, críticas, inmundicias y que si tú y que si yo. Pero en medio de este
lodazal nadie parece percibir que el mandato de unos u otros candidatos, aun
siendo importante, no va a determinar la vida de esta España nuestra. Aquí quien va a cortar el bacalao no se presenta a
las elecciones y, como siempre, se trata Bruselas. Basta recordar el importante
tijeretazo dado a la PAC y a los cultivos ecológicos para este año que pisamos o los duros recortes sociales
aplicados en nuestro país por imposición comunitaria. Votar azul, rojo, naranja
o morado, aunque no da lo mismo, va a
quedar relegado a un segundo plano y el
resultado, tanto si hay elecciones como si no, será un extraño color
panzaburra. Lo primero será hacer los deberes y acatar lo que nos dice la cada
vez menos unida Unión Europea. El tablado de marionetas puede llevar buenas o
malas intenciones, aplicar reformas que la población pide a gritos,
empestillarse en lo mismo de siempre, promover grandes iniciativas, acomodarse en la poltrona y cobrar a fin de
mes o hacer el caldo gordo. Pero, endeudados hasta las cejas como estamos
(1.069.690 millones de euros en enero de 2016), serán los burócratas de
Bruselas, la señora Merkel o los mandamases europeos de turno, quienes nos
dirán lo que tenemos que hacer.
Lancen ideas,
señores. Propongan cielos y paraísos. Diseñen jardines del Edén. Hagan los
proyectos que más les gusten para reformar la casa, pero recuerden que la vivienda
está hipotecada y ninguno de sus moradores será capaz de imponer sus
condiciones al banco. El que te presta dinero es tu dueño y su primera condición
es que apoquines la guita a costa de
quitarte el hambre a bofetadas.
Mientras aquí
mareamos la perdiz sobre si Pedro o si Pablo, o si Pedro Albert Pablo y otras
variantes, en Bruselas van preparando
los hilos de las futuras marionetas para que bailen al paso en el tablado.
Menos pan y más impuestos. Más recortes y más trabajo por menos. Nuevos ajustes y reiterados
sacrificios en un austericidio desigual que, como es notorio, continuará afectando
a los más débiles. El que tenga hambre que se chupe un codo. El que pase frío, que
se caliente a guantazos. A las grandes fortunas, amnistías fiscales e impuestos
de risa para que multipliquen sus beneficios. Mientras tanto, la justicia, se reclama en la calle porque no la hay en la
política ni en la judicatura, donde se aplican tanto las leyes justas como las
injustas. Las instituciones poco o nada ejemplares en su forma de actuar.
Ejemplo de que
la justicia no es igual para todos es el reciente rechazo en el Senado para suprimir el aforamiento a
diputados, senadores y parlamentarios autonómicos. En virtud de la mayoría
absoluta del PP, una persona, por su cargo público o profesión, seguirá siendo
juzgada por el Tribunal Supremo y no por los tribunales ordinarios. Los
populares defienden que el aforamiento no es ningún "privilegio" sino
"garantía de defensa y protección". Protección para los políticos
corruptos, claro. Porque serán ellos los que darán largas a sus corruptelas con
trámites y formulismos interminables. Los que pondrán a trabajar como locos a
sus equipos jurídicos. Los que apelarán al Constitucional o donde haga falta
hasta que los casos prescriban. Treinta y tantos años de democracia y todavía no
ha llegado el momento de reformar la Constitución para que políticos, jueces y
altos cargos no tengan el mismo trato judicial que cualquier ciudadano, como se
hace en otros países de Europa y del mundo. Una vergüenza que solo invita a la
desconfianza, al descrédito de una cámara, ya bastante insulsa.
Nos sobran
senadores pachá cuya única aspiración es blindar sus desmanes y seguir percibiendo
sustanciosas nóminas. Están de más esos representantes
políticos que con causas abiertas y expulsados de su partido pasan al grupo
mixto y siguen cobrando del erario público como lo más
natural del mundo.
En lo que a mí
se refiere no puedo creer en alguien que se aprovecha de su cargo para lograr
su inmunidad. No confío en esos diputados y senadores que ni siquiera acuden a
las sesiones. No soporto a esos señores que se valen de su cargo para cobrar
comisiones y encima el Estado los premia con sueldazos. Somos estúpidos por seguir votándoles, por
pensar siquiera que van a mejorar nuestras leyes o a actuar con un poco de
ética. Si en cerca de cuarenta años no han sido capaces de lograr que la
Justicia sea lo mismo para ellos que
para nosotros, ¿qué podemos esperar?
Acabemos con
los privilegios. Estamos en el siglo XXI. Votemos propuestas concretas y, si no
se cumplen, que quede por sentado que sus responsables dimitirán. Estamos
cansados de palabras, de verborrea hueca que contradice los hechos, de
mentiras, de oportunismo, de delincuentes salvados de la cárcel por el cargo y
la lentitud judicial. Hagamos que las malas leyes se deroguen y cambien.
Firmemos en contra de los aforamientos y de quienes los defienden. La justicia con
demasiada frecuencia no está en los parlamentos. Está en la calle, en esa gente
que se manifiesta por cuestiones tan básicas y tan pisoteadas como el derecho a
la vivienda, la alimentación o el trabajo. En esos millares de estafados por los bancos que, sin ayuda de
nadie, se han visto obligados a pelear por lo que, en justicia, les pertenece.
La honradez está en el amigo que te ayuda cuando estás hundido, en ese señor
que te avisó cuando se te cayó la cartera. No en esos senadores que se han
opuesto a ser juzgados por tribunales ordinarios, como todo hijo de vecino. No
en esos señores que quieren ser dioses y elevarse por encima de los mortales. La
ética no está en esos políticos que borran más de treinta veces sus ordenadores
para eliminar cualquier prueba que los incrimine. La dignidad no se encuentra en
esos presidentes que hablan de apretarse el cinturón mientras roban al pueblo. No
en esos gobernantes y constructores que se forrar con contratas y licencias de
obras. No en esos sinvergüenzas que traficaron con prejubilaciones y falsos ERE.
Del rey abajo ninguno es más que otro ni tiene por qué tener tratos de favor
con la Justicia. Este es un clamor del pueblo, pero a la alta política ni le
conviene ni le interesa llevarlo a efecto.
Las marionetas
seguirán danzando bajo el redoble europeo. A nosotros, los ciudadanos, nos
queda la calle.