sábado, 21 de junio de 2014

Felipe VI, por la gracia de Dios





Se dice que uno de los primeros reyes del mundo fue Narmer I,  primer faraón de Egipto. Al menos uno de los primeros de los que se tiene registro histórico, el cual  pudo haber vivido hacia el siglo XXXI a.C. Hoy, XXI siglos después de Cristo, en democracia, en España, ha sido entronizado un nuevo rey, Felipe VI. Nada tengo en contra de él. La imagen que ofrece es la de una persona íntegra y bien preparada, pero aunque no fuese tan íntegro ni estuviese tan preparado, ¿alguien cree que no hubiese sido coronado igualmente? A los reyes no se les elige. Suceden a la familia, heredan el cargo, sólo por ser hijos, nietos, sobrinos, etcétera, de otro rey que les precedió. Cuenta la sangre, no sus aptitudes para la Jefatura de Estado.
Muchos reyes nefastos ha habido en España y en el mundo. Unos fueron famosos por su crueldad, otros por su ambición, sus nulas dotes para gobernar, o por su afición a la caza y a la buena vida. Hubo señores feudales con derecho de pernada y vasallos que cultivaban sus tierras como esclavos. Reyes que mataron al hermano o al pariente para sucederle en el trono. Reyes que no dudaron en hacer la guerra y sacrificar al pueblo para agarrar el cetro y hacer después lo que les viniera en gana, como verdaderos sátrapas. Solo  los asesores o consejeros de una casa real pueden puede decirle a un rey qué es más conveniente, pero en última instancia, él es el que tiene la potestad de hacerlo o no.
Después de tantos siglos, después de tanta ignominia real y dinástica, en el siglo XXI, donde la democracia es el valor al que nos aferramos todos, como un residuo feudal, aquí tenemos rey y reina y hasta princesita, igual que  en los cuentos de hadas. Por supuesto nadie nos ha preguntado si los queríamos o no. La monarquía jamás pregunta esas cosas.
Quienes concurren a unas oposiciones, con sobrada razón, ponen el grito en el cielo si algunas plazas se dan a dedo. A cualquier ciudadano le revienta ser relegado para que su puesto sea ocupado por el hijo de… después de haberse pasado años estudiando. Nos parece injusto, mezquino, indigno. Especialmente estando en una sociedad donde la norma es valorar las aptitudes personales. Pero, cuando se trata de un rey, aceptamos como lo más normal del mundo, que sus descendientes le sucedan y ocupen su puesto. No hay exámenes ni certificados de aptitud. No hay otras candidaturas. Mucho menos referéndums. Eso si, las Cortes lo ratifican sin pestañear. El hijo se pone en el lugar del padre y, el Espíritu Santo lo bendice todo, lo mismo que hace una pila de siglos. Hereda el cargo y, al día siguiente, ejerce como rey, guste o no a los ciudadanos. Y en vez de gritar viva la democracia, se grita viva el rey, como si ambos conceptos no fuesen totalmente opuestos.
A lo largo de los últimos días, todos los medios de comunicación se han deshecho en elogios por la figura de Felipe VI. Ningún defecto, ninguna crítica, ni un obstáculo. Como si realmente, igual que antaño, estuviera investido de gracia divina. Todo han sido parabienes y enhorabuenas. Apenas han podido escucharse las voces contrarias. La policía se empleó a fondo contra los manifestantes antimonárquicos que trataron de expresar su opinión en Madrid, por supuesto, en manifestaciones no autorizadas. Hubo varias detenciones y no faltaron los empujones y los golpes de porra. La consigna policial al parecer fue que nadie saliera de la plaza (Sol) hasta que la ceremonia de coronación no concluyera.
Prohibido decir públicamente lo que se piensa. Aquí mando yo y los que no estén de acuerdo conmigo, a callar. Viva el rey y a la democracia que le den. Felipe VI por la gracia de Dios, como el caudillo, y amén.
Hasta hace poco se desconocía el presupuesto de la casa real  y mucho menos, el dinero que se empleaba en cada una de las partidas. Desde principios de año sabemos que  la Casa Real afirmó de que el Rey había querido, en aras de una mayor transparencia, informar al respecto.
    El Rey Juan Carlos I cobraba 140.519 euros de sueldo bruto al año. Eso son 11.709 euros brutos al mes (doce pagas). Unos 5.800 euros netos. Además, percibía 152.233 para gastos. El Príncipe ingresaba 70.260 euros de sueldo al año -5.855 euros al mes- y 76.116 para gastos. Se supone que ahora que es rey cobrará como jefe del Estado
  Todos los miembros de la Familia Real presentan anualmente sus declaraciones del IRPF. Eso sí, ninguno de ellos paga cuotas a la Seguridad Social, al no poder adscribirse a ninguna de las categorías existentes, otra gracia de Dios. 
De los 8,4 millones de euros asignados este año "para sostenimiento de su familia y de su casa", tal y como establece la Constitución española, el monarca recibió casi 293.000 euros antes de impuestos, de los que algo más de 152.200 se destinaron a gastos de representación. El resto, algo más de 140.000, los recibió en concepto de salario bruto.
Toda esta información  la conocemos a principios de  2014. Hasta entonces todo ha sido opaco, oscuro, como si hubiese algo que ocultar. Y eso, la verdad, no inspira confianza.
Según los últimos sondeos demográficos, los españoles aceptan mayoritariamente la monarquía, ¿por qué entonces se prohíben las pequeñas manifestaciones contrarias? ¿Nadie puede oponerse? ¿Nadie puede pensar diferente? Se supone que estamos en una democracia y hay libertad de expresión. Esto no es un estado feudal, ¿verdad?  Y si no lo es, ¿por qué a veces se parece tanto? ¿Por qué no se celebra un referéndum y se hace lo que diga la mayoría, como la gente civilizada? ¿Por qué los reyes, cuando dejan de serlo, enseguida se le afora para que no vaya a los tribunales de justicia ordinaria y tenga el privilegio de ser juzgado por un tribunal superior? ¿Está hoy la monarquía tan llena de esplendor como para otorgarle ese beneficio? Aquí, por lo visto, también interviene la gracia de Dios. Y  la verdad, visto desde fuera, cuando el pueblo cada vez  pide más democracia, el asunto no tiene ni puñetera gracia, porque, una vez más, se demuestra que esa supuesta  gracia de Dios solo afecta a los poderosos y ni las leyes ni la Justicia son iguales para todos.  
En el siglo XXI, con Internet y las redes sociales, con todo un tejido social y político, con miles de asociaciones y millones de opiniones, la monarquía no sólo resulta algo obsoleto, sino un privilegio que, contando las numerosas “actualizaciones” está fuera de época y de lugar.


viernes, 20 de junio de 2014

Cambiar las reglas del juego





Si hay un fenómeno político y sociológico de actualidad en nuestro país, esa es la formación «Podemos», que partiendo de la nada  ha obtenido en escasos meses de existencia un impresionante apoyo popular al conseguir un 8% de los votos en las pasadas elecciones europeas de mayo, convirtiéndose en la tercera fuerza política en 23 de las 40 ciudades principales del país.  
Mientras los partidos mayoritarios pierden votantes a raudales, se empiezan a considerar otras opciones.  En mi opinión la principal  conclusión que se desprende de este fenómeno electoral es que una buena parte de los votantes está harta de corrupción y mentiras y quiere gente  honrada que defienda de verdad a los ciudadanos y cambie las reglas del juego.
Personalmente, al margen de mi voto, que no ha ido a “Podemos”,  estoy  cansado de ver programas que o no dicen nada o son el cuento de la lechera cuando se forma Gobierno y este empieza a gobernar. Estoy harto de que los políticos se ataquen  los unos a los otros sin que nada cambie. Asqueado de ver cómo se defiende a los poderosos y se maltrata a los humildes. Me revienta tanta palabrería para luego hacer lo contrario de lo que se dice o no hacer nada. Me da nauseas tanta verborrea estéril, mientras se recortan nuestros derechos sociales y  jurídicos y nuestras libertades.
Tras el resultado de las últimas elecciones europeas en nuestro país, parece claro que hay una parte importante del electorado que quiere que las reglas del juego sean otras, que los políticos no tengan tantos privilegios ni ganen tanto, que no haya tratos de favor ni nepotismo, que las listas sean abiertas, que las dimisiones sean obligatorias y rápidas cuando se perjudique a los ciudadanos, que los políticos corruptos no puedan volver a ejercer ningún cargo público, que los diputados no vayan al parlamento de paseo ni a decir “y tú más”, como los niños. El ciudadano quiere que no lo avergüencen con monsergas, que se ofrezcan ideas y no peleas.
Ese continuo gallinero, esa crispación y tantas mentiras y corrupciones han hecho que yo, como otros muchos, ya no crea en la clase política. No me ofrece  más que desconfianza y temor. No quiero políticos de discurso florido y mano en el cajón. No quiero palabras bonitas y decretos abominables. Como millones de personas, quiero ética y eficacia, democracia, personas honradas que cumplan lo que dicen, que sepan lo que cuesta ganar el dinero. Gente que no se venda por unas siglas y anteponga la limpieza y la transparencia a todo. Hombres y mujeres,  no espadachines del discurso.
Me hace mucha ilusión que se vayan los políticos apegados a la poltrona y vengan los ciudadanos honrados, los hombres de palabra, los que dan la cara y llaman a las cosas por su nombre, los que no lo enredan todo, los que sean capaces de administrar el dinero público como si fuera suyo.
Me gustaría mucho que se acabase la impunidad. Que vinieran los que saben  escuchar, los que no se escoran al lado de las grandes corporaciones financieras y multinacionales, los que no son parte de las élites del poder, los que defienden la verdad y tienen hambre  de justicia.
La calle es un clamor de ética y está pidiendo cambios reales que favorezcan al grueso de nuestra sociedad y, en especial, a los más débiles.
Las leyes no son monolitos, deben estar abiertas a reformas, a modificaciones, porque la sociedad cambia a cada paso. La Constitución es un buen marco, pero tiene ya 36 años y precisa modificaciones y cambios. Nada es inmutable y las leyes menos.  La Justicia es un instrumento social y debe adaptarse al ritmo de los ciudadanos y no al revés. Hace falta más democracia, más dinamismo, más justicia, esa es, a mi juicio, la esperanza que reclama gran parte de la ciudadanía. Espero que ese sueño no acabe siendo una mera utopía.