viernes, 20 de junio de 2014

Cambiar las reglas del juego





Si hay un fenómeno político y sociológico de actualidad en nuestro país, esa es la formación «Podemos», que partiendo de la nada  ha obtenido en escasos meses de existencia un impresionante apoyo popular al conseguir un 8% de los votos en las pasadas elecciones europeas de mayo, convirtiéndose en la tercera fuerza política en 23 de las 40 ciudades principales del país.  
Mientras los partidos mayoritarios pierden votantes a raudales, se empiezan a considerar otras opciones.  En mi opinión la principal  conclusión que se desprende de este fenómeno electoral es que una buena parte de los votantes está harta de corrupción y mentiras y quiere gente  honrada que defienda de verdad a los ciudadanos y cambie las reglas del juego.
Personalmente, al margen de mi voto, que no ha ido a “Podemos”,  estoy  cansado de ver programas que o no dicen nada o son el cuento de la lechera cuando se forma Gobierno y este empieza a gobernar. Estoy harto de que los políticos se ataquen  los unos a los otros sin que nada cambie. Asqueado de ver cómo se defiende a los poderosos y se maltrata a los humildes. Me revienta tanta palabrería para luego hacer lo contrario de lo que se dice o no hacer nada. Me da nauseas tanta verborrea estéril, mientras se recortan nuestros derechos sociales y  jurídicos y nuestras libertades.
Tras el resultado de las últimas elecciones europeas en nuestro país, parece claro que hay una parte importante del electorado que quiere que las reglas del juego sean otras, que los políticos no tengan tantos privilegios ni ganen tanto, que no haya tratos de favor ni nepotismo, que las listas sean abiertas, que las dimisiones sean obligatorias y rápidas cuando se perjudique a los ciudadanos, que los políticos corruptos no puedan volver a ejercer ningún cargo público, que los diputados no vayan al parlamento de paseo ni a decir “y tú más”, como los niños. El ciudadano quiere que no lo avergüencen con monsergas, que se ofrezcan ideas y no peleas.
Ese continuo gallinero, esa crispación y tantas mentiras y corrupciones han hecho que yo, como otros muchos, ya no crea en la clase política. No me ofrece  más que desconfianza y temor. No quiero políticos de discurso florido y mano en el cajón. No quiero palabras bonitas y decretos abominables. Como millones de personas, quiero ética y eficacia, democracia, personas honradas que cumplan lo que dicen, que sepan lo que cuesta ganar el dinero. Gente que no se venda por unas siglas y anteponga la limpieza y la transparencia a todo. Hombres y mujeres,  no espadachines del discurso.
Me hace mucha ilusión que se vayan los políticos apegados a la poltrona y vengan los ciudadanos honrados, los hombres de palabra, los que dan la cara y llaman a las cosas por su nombre, los que no lo enredan todo, los que sean capaces de administrar el dinero público como si fuera suyo.
Me gustaría mucho que se acabase la impunidad. Que vinieran los que saben  escuchar, los que no se escoran al lado de las grandes corporaciones financieras y multinacionales, los que no son parte de las élites del poder, los que defienden la verdad y tienen hambre  de justicia.
La calle es un clamor de ética y está pidiendo cambios reales que favorezcan al grueso de nuestra sociedad y, en especial, a los más débiles.
Las leyes no son monolitos, deben estar abiertas a reformas, a modificaciones, porque la sociedad cambia a cada paso. La Constitución es un buen marco, pero tiene ya 36 años y precisa modificaciones y cambios. Nada es inmutable y las leyes menos.  La Justicia es un instrumento social y debe adaptarse al ritmo de los ciudadanos y no al revés. Hace falta más democracia, más dinamismo, más justicia, esa es, a mi juicio, la esperanza que reclama gran parte de la ciudadanía. Espero que ese sueño no acabe siendo una mera utopía.


                                                           




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