domingo, 15 de enero de 2017

Mozart y la vana palabrería




Dijeron que no pactarían cuando sabían que estarían obligados a pactar. Hablaron de renovación pero ahora caen en los mismos errores de siempre. Nos hablaron de limpieza, de ética, de justicia, pero la corrupción sigue ensuciando la vida política.
Nos contaron lo que queríamos escuchar. A menudo los sueños están llenos de utopías y no se detienen en las pequeñas miserias. Utilizaron nuestras esperanzas para que les siguiéramos creyendo. Sus programas eran bonitos y de vivos colores, aunque en los mítines la consigna  más repetida era despedazar al contrario como perros de presa. Todos tenían por qué callar, mucho menos los recién llegados, pero en cualquier caso, el malo siempre estaba en el otro bando. Los que cometieron errores los silenciaron, como si no hubiera pasado nada. 
Ahora, cuando llega el momento de la verdad y nos toca conocerlos por sus actos en vez de por sus palabras, todos se mueren por sentarse en la poltrona. Los menos votados, sabedores que son clave en un nuevo gobierno, quieren hacer pasar por el aro a los  que más votos lograron. Y  estos quieren imponer su fuerza por una pírrica “victoria”.
            Época  de alianzas y miserias, de morderse la lengua, de decir lo contrario de lo que se dijo. Con frecuencia no por la gobernabilidad de España sino por el puro afán de mandar y ocupar la poltrona.
            Atajaremos la corrupción con medidas que… El partido popular borra cualquier prueba que pueda implicarlo. Lucharemos por la defensa de la democracia y la limpieza de las instituciones. Se crean  comisiones de investigación formadas por amigos y allegados de los corruptos. Los partidos se acogen a la ley que protege y blinda a los aforados para que escapen o retrasen  la acción de la justicia.
            Muchos de los políticos que presumen de honradez en público, en privado cobran las comisiones que pueden. En la tele dicen que los corruptos serán expulsados y, aunque muchos los son, también estamos hartos de ver que otros permanecen  en sus cargos o los trasladarán al senado u otras instituciones para protegerlos hasta el momento que el escándalo explote  e incluso más allá.
            Presumen de honrados y alegan que todo es mentira hasta cuando las pruebas en su contra son abrumadoras. Siempre afirman que todo es un montaje de la oposición para crucificarlos.
            Por la mañana dan bonitos discursos y por la tarde firman un contrato público inflado para llenarse los bolsillos con sustanciosas comisiones. Un día afirman con contundencia ante los ciudadanos que hay que pagar impuestos y al siguiente son ellos quienes eluden al fisco.
            La capacidad de un político ya no se mide por su inteligencia, ni por su esfuerzo o su tesón en pro de los ciudadanos, sino por la facultad de mentir a las masas y ser creído como si él fuese la verdad suprema. Por la habilidad de barrer la porquería debajo de la alfombra sin que se note. Por tener la osadía de ser un villano y parecer un ángel.
En otros lugares de Europa, el político, a primeras de cambio, tiene la ética de dimitir. En España el político corrupto saca pecho, miente como un bellaco, acusa a los demás de montarle un complot y sigue en su puesto durante años. Basta recordar a Jordi Pujol en el parlamento catalán, censurando a los diputados por acusarle, o al señor Granados, defendiendo su honradez y buen hacer en los platós de televisión, cuando las pruebas en su contra eran absolutamente abrumadoras. Eso por no hablar del caso más reciente, el del expresidente de la Diputación provincial de Valencia y presidente del PP valenciano, Alfonso Rus, eximio contador de billetes, que ha afirmado siempre que, a quien mete la mano hay que cortársela.
España, amén de gente honrada,  es un país plagado  de getas y sinvergüenzas, de políticos que hacen lo posible por permanecer en el cargo, por cobrar una buena nómina y, además, robar lo que pueden. La ética es para los tontos, para los pobres de espíritu. A los honrados se los despide, se los relega.
Las cifras de la corrupción en España muestran que hay más de 1.900 personas imputadas en causas abiertas por corrupción y al menos 170 han sido condenadas por este tipo de delitos en la última legislatura.  La mayoría de estos condenados no están en prisión. En unos casos  porque se les impuso una pena de cárcel que no les obligaba a ingresar. En otros porque únicamente fueron inhabilitados o multados o porque todavía tienen recursos pendientes. Asimismo hay 10.000 personas aforadas, de ellas, 2.300 son políticos, y la mitad de estos, diputados autonómicos. Los más protegidos para esquivar la ley son los políticos. Ellos, por lo visto, no son ciudadanos normales y  nunca pasarán  por un tribunal ordinario mientras estén en el cargo.
 En Francia hay 21 aforados, en Alemania cero, aquí diez millares. Y ya saben, España es diferente y encabeza el ranking de la podredumbre con una cifra insólita y unas leyes que hacen la cama a la impunidad de los poderosos. Con estos mimbres no es de extrañar que haya tantas manzanas podridas en el cesto. Es la propia urdimbre la que facilita el fermento de  todo.
Pasa una legislatura y otra y otra. Y cambiamos de gobierno y esta vergüenza jurídica no cambia porque los afectados no quieren que cambie.
Tampoco es casualidad que las grandes obras y los contratos millonarios recaigan siempre en las mismas empresas. Multinacionales que, en cada fase de la obra, van multiplicando su presupuesto hasta que no parecerse en nada al inicial. Así se crece y se amasan las grandes fortunas en este país. A la sombra del poder y a costa de esquilmar el erario, se otorgan contratas de obra pública de fantasía. Al amparo de ministros deshonestos y funcionarios con las manos como cazos para recoger mordidas, se van levantando rascacielos de ignominia. Mientras tanto, al pueblo llano se le va recortando prestaciones sociales. Si no recuerdo mal un 26% en Castilla-La Mancha en la última etapa.
Cuando vuelva a haber nuevas elecciones  escucharé a Mozart. Es mucho más instructivo,  mil veces mejor para el espíritu. A través de sus sonatas, conciertos, serenatas  y sinfonías uno puede sentir la catarsis necesaria para librarse de tanta inmundicia. Como el propio autor dijo, la música es el único camino hacia lo trascendente. Mozart, arte, belleza, y adiós a la vana palabrería.

Hacia la sociedad del aburrimiento




La humanidad cada día da saltos de gigante. La nanotecnología ha creado nanorobots  programados para reconocer y destruir células tumorales. La multinacional Boeing ha creado el microlattice, el material más ligero del mundo. Una estructura polimérica 3D  con un entramado de tubos metálicos y un espesor 1000 veces más fino que un cabello humano y en su mayor parte compuesto de aire que puede suponer una  revolución aeronáutica por su resistencia.
Ya están en marcha los coches sin conductor y también los eléctricos y los de hidrógeno, que son ya una necesidad imperiosa para evitar la contaminación en las grandes ciudades. Se han fabricado los primeros prototipos de limpiadores de superficies verticales y planchadoras de ropa. El comercio on line avanza meteórico y es probable que en muy pocos años la mayoría de las tiendas tradicionales desaparezcan. La distribución de los productos en un futuro próximo se hará por drones y eso cambiará por completo el transporte de mercancías. Los robots, que son una realidad desde hace muchos años, se extenderán de forma masiva entre la población. Prepararán el desayuno, limpiarán la casa de arriba abajo y librarán a la humanidad de miles de tareas mecánicas e ingratas para hacernos la vida más cómoda.
Las agencias de viajes en un futuro cercano ofrecerán experiencias virtuales en lugar de billetes de avión y hoteles. Habrá frigoríficos superinteligentes  que harán la lista de la compra con solo pulsar un botón –Amazón ya lo hace en algunas viviendas. Todo pasará por la red. Ya hemos empezado a comprobarlo en nuestra piel. Cualquier empresa fuera del mundo digital no existe. Internet, el nuevo dios planetario, es la llave de todo. El mundo entero está a nuestro alcance a un golpe de clic.
Los hijos no consultan a los padres, al vecino avispado y leído, como antaño. Estas figuras han perdido mucho peso y a menudo solo conducen a error. Ahora todo se consulta al tótem internauta. Para preparar un plato, anudar la corbata, arreglar un motor y hasta fabricar una bomba hay centenares de tutoriales en Internet que nos explican paso a paso como hacerlo. La red es nuestro cosmos, nuestro principal instrumento de comunicación y estar al margen de ella equivale a una muerte anunciada.
Un mundo de comunicaciones instantáneas  exige respuestas inmediatas. Por eso en la actualidad todo va más rápido. El capitalismo reclama  más rendimiento, más rentabilidad, e imbuidos por su prisa nos ordena hacerlo todo antes. Queremos que nos quede más tiempo para nosotros, más para la familia, más para el descanso, más para perderlo. Pero, ya hemos entrado en un bucle sin salida. El trabajo cada vez exige más de nosotros, la competitividad es mundial y el miedo a quedarnos fuera del mercado laboral nos lleva a una entrega absoluta. Y esa entrega nos deja exhaustos y sin vida personal.
La nueva sociedad hacia la que vamos nos brindará más tiempo libre y muchas más comodidades, pero para alcanzarlas el capitalismo exigirá nuevos sacrificios de nosotros. Más exigencias, más responsabilidad, nuevas metas en la sociedad del bienestar para que sigamos en la misma rueda que engrasa el sistema.
 La tecnología, adorada y venerada, nos facilita la vida, pero  no es sinónimo de felicidad. Hoy nos ha hecho mucho más vulnerables y, como siempre, puede matarnos. Las guerras de hoy son más mortíferas que nunca y la seguridad se ha convertido en la principal obsesión del mundo civilizado.
El planeta hoy no es muchísimo más feliz que ayer a pesar de todos sus avances. La tecnología no fomenta el equilibrio porque jamás está al alcance de todos. El mundo, desde sus orígenes, siempre ha ido a la pata coja en justicia e igualdad y así es probable que siga, puesto que cada año aumentan los desequilibrios.
Como el burro que persigue la zanahoria, seguiremos tras la felicidad, pero quizás nunca lleguemos a comprender que sólo es un señuelo, que siempre está un paso más allá de nosotros porque no la buscamos donde debemos. Antoine Saint Exupery dice en El principito que lo esencial es invisible a los ojos. Lleva razón, quizás nunca podamos ver que empleamos la mayor parte de nuestro tiempo en tener y casi nos olvidamos de ser, que cada día nos arrebatamos nuestro mayor tesoro: el tiempo que  dedicamos a nosotros.
Quizá dentro de unas décadas las máquinas lo hagan todo y no sepamos qué hacer con nuestro tiempo libre. Una sociedad más perfecta donde todo esté hecho, mascado y digerido, ¿encontrará algún quehacer? La necesidad aguza el ingenio. La carencia estimula la imaginación. Los problemas hacen pensar y buscar soluciones. Sin embargo, una sociedad saciada de bienestar a menudo conduce a la holganza y el estancamiento. Quizá nos mate el aburrimiento o la depresión. Si llega ese momento no les quepa duda de que el sistema creará un modelo de ocio mucho más avanzado para sacarnos el jugo a todos.
Con tantos avances, ¿la gente se aburrirá en el futuro? El ser humano es inquieto e inconformista por naturaleza. Eso nos salvará del tedio.