Estaba
yo en mi butaca de siempre cuando la televisión dijo la palabreja: “escrache”.
No la había oído en mi vida, pero desde el principio supe que si se recurría a
un extranjerismo tan ajeno a nosotros, no era para lanzarles piropos, sino para
marcar a las ovejas descarriadas del rebaño.
Ahora
ya sé su significado. Son los
tocapelotas que protestan ante las casas de nuestros políticos. Son los
acosadores de nuestros mandamases, los que la montan por fruslerías como
quedarse en la calle y sin qué llevarse a la boca. ¡ Por Dios!, ¿cómo se puede
molestar a un político que hace lo contrario de lo que el pueblo le pide, que
es casi todo lo que no prometía en su
programa?
Soy
plenamente partidario del derecho a la intimidad de cualquier persona. Nada
tiene que ver la familia de unos u otros políticos con los asuntos que se
debaten en el Parlamento ni con las decisiones que los parlamentarios toman.
Pero este hecho, sin duda reprobable, choca contra otro que sin duda lo es cien
veces más. Porque quedarse en la calle y tener que seguir pagando al banco la
deuda de la casa donde te han echado, tiene nombre, apellidos y todos los
adjetivos del mundo, pero mejor no pronunciarlos. Y, en esos casos, más de
400.000 familias en toda España, ya me contarán ustedes donde queda el derecho
a la intimidad, el derecho a la vivienda, la dignidad o el más fundamental de
todos los derechos, el de la vida. Ese derecho sin el cual todos los demás
sobran, que ha sido arrebatado ya a demasiadas personas que, viéndose entre la
espada y la pared, optaron por suicidarse para acabar con sus problemas.
El Tribunal de Justicia de la Unión Europea
(TJUE) considera que la legislación española que regula los procedimientos de
desahucio vulnera la normativa europea comunitaria de protección de los
consumidores, ya que contienen cláusulas o condiciones abusivas, como
intereses de demora o vencimientos anticipados de préstamo.
Europa sale en defensa de nuestros desahuciados, el Gobierno
español, no tanto. A él le cuesta hacer
una ley que ampare a todos los desahuciados. No sólo a los que surgen ahora,
sino a los ya se han quedado sin casa, y tan ilegal era antes la norma como
ahora.
No
han faltado políticos que tachen de terroristas y nazis a este grupo de
ciudadanos sin techo. Encima de
quedarse en la calle, -en buena parte, primero por favorecer la burbuja
inmobiliaria, y en segundo lugar por su política de recortes, consecuencia de
aquella- ahora se les califica de esta guisa. Están en la calle por una ley muy
injusta y con una cartilla del paro. Están pasándolo muy mal y la protesta es
el único medio que les queda para apostar por su sobrevivencia. Piden que se
haga algo por ellos. Se defienden de la humillación y del desprecio al que otros les han conducido, pero ahora,
con una visión retorcida, resulta que son nazis y terroristas.
Queda claro: a los
gobernantes no se les puede toser ni se puede ir con algaradas, ni frente al
Parlamento ni en la calle y mucho menos en su casa. Ellos son los dioses
intocables que el pueblo eligió en un alarde de esperanza. Son los que ciegos
de sectarismo, no reconocen ni su soledad ni sus errores y crean un Olimpo de
barreras, guardias y leyes para defenderse a sí mismos y al entorno poderoso
que les rodea. Si alguien rompió un plato fue el otro. Si hay miles de personas
que protestan en la calle en decenas de lugares de España, son ellos los que se equivocan. Si las redes sociales son
un hervidero de quejas y protestas, no hay que hacerles ni caso, el error
es de ellos por confiar en el
futuro y vivir por encima de sus
posibilidades. El fallo es nuestro por no callarnos y no rumiar este prado intragable como ovejas obedientes.
Como dice Jose Luis Cuerda en su último libro, Si amaestras una
cabra llevas mucho adelantado, refiriéndose a nuestros gobernantes, parece
que quieren cobrar a la ciudadanía el alto honor de haberlos elegido, y
eso nos va a costar un pico (y una
pala).
Hay
políticos que piensan que nuestro voto es un cheque en blanco para que ellos
hagan lo que les venga en gana y eso no es democracia, sino pura dictadura. Y
acallar e ignorar todas las protestas y volver a la censura, también. Por lo
visto, creen que, hagan lo que hagan, siguen contando con nuestro voto, que a
santa Rita lo que se da no se quita. Pero no saben que el voto hay que
ganárselo cada día, defendiendo a los ciudadanos, a pie de calle. No vale ser
un títere de Bruselas. No sirve hacer manualidades y recortar lo que nos diga
la señora Merkel. Y, por supuesto está demás crear una burbuja inmobiliaria que
nos lleve a la ruina.
Señores del Gobierno,
no nos mientan diciendo que España se está recuperando cuando el paro ha subido
hasta los 6,2 millones de parados. No se dobleguen ante los bancos ni exijan
más y más sacrificios a los ciudadanos.
Cambien las reglas del juego europeo. No nos cuenten que van a luchar
contra la corrupción, cuando la amparan. No nos hablen de justicia cuando
protegen el fraude fiscal de las grandes fortunas. Den un paso firme hacia la
dignidad. Estamos hartos de sus mentiras, de su desvergüenza, que obliga a
pagar siempre a los más débiles. Todo eso no sé si es nazismo, pero, desde
luego, es inmoral. Y un estado sin autoridad moral, sencillamente, sobra.
A día de hoy,
la legislación española no permite al juez encargado de un proceso
de ejecución hipotecaria paralizarlo si considera que el contrato
contiene cláusulas abusivas ya que le impide entrar a valorar este tipo de
cuestiones. Así, una vez iniciado el procedimiento, el juez no puede ordenar la
suspensión de la ejecución o subasta forzosa del inmueble y, por tanto, impedir
que el deudor pierda la vivienda.
Como
Cuerda, yo también me pregunto quién juzgará
los crímenes contra la humanidad de la economía financiera.
Probablemente no habrá juicio y todos
se irán de rositas. Los banqueros sin escrúpulos, los políticos corruptos y
adorapesebres que les protegen, los empresarios tramposos y toda esa caterva de
neoliberales de cuello blanco. De momento, como dice con sorna nuestro paisano, ha habido suerte, nos
van a joder en condiciones muy favorables.
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