miércoles, 2 de abril de 2014

Morir en el pasilllo



           


   


            Era inevitable morir en el pasillo, aguardando al médico de urgencias, al especialista, al encargado de hacer unas pruebas diagnósticas. Si las listas de espera aumentan y los servicios de urgencia se saturan, las interminables  horas de espera y las deficiencias en el servicio son  lo que aguardan a cualquier paciente des SESCAM.
No hace falta que nos lo cuenten. Cualquier enfermo tiene o ha tenido ocasión de comprobarlo en sus propias carnes. Hace unos años había que esperar bastante, ahora la espera es tanta que en los pacientes ya solo cabe la desesperación. Ocho meses para una resonancia magnética, nueve para una colonoscopia, más de 200 días  de media en el servicio de traumatología. Dos años para una operación maxilofacial. Decenas de  miles de personas en listas de espera… Las noticias y las  cifras que nos llegan  son tan apabullantes como dolorosas. Y, en ese tiempo de espera, algunos pacientes no aguantan más y pierden la paciencia  y la vida. No podía esperarse otra cosa.
            En 2013 el SESCAM afirmó  haber despedido cerca de 1300 trabajadores sanitarios. Según la oposición estos podrían ser unos 2000. Guerras de cifras aparte, no puede pretenderse que la atención sanitaria mejore con centenares o miles de despidos. Lo natural es que empeore a ojos vistas, que es lo que está sucediendo. Y que nadie me hable de gestiones milagrosas porque nadie puede multiplicarse por tres, día tras día.  
            Desde la Junta se nos dice que nuestro déficit se ha reducido, que estamos en el principio de una mejoría. Me pregunto de qué les sirve éste leve saneamiento económico a la gente que se muere en un pasillo, en una ambulancia camino de Madrid, “derivado” hacia el más allá. En la sala de espera de urgencias de un hospital o incluso en su propia vivienda, harta de que le den largas,  muriéndose sin remedio.
            Hay ámbitos donde son inconcebibles los recortes y la sanidad es el principal de ellos. No podemos morir en aras de un triunfalismo económico, no podemos convertirnos en enfermos crónicos para que la Unión Europea nos dé una palmadita en la espalda por haber hecho los deberes. Los ciudadanos no somos canjeables por nada. La sanidad es un derecho y no se vende. La salud y la dignidad de las personas está por encima de todo y ambas son incuestionables.
            Según el diario El País la banca española ha obtenido ayudas financieras públicas comprometidas en diferentes formas de capital por valor de 61.366 millones de euros desde mayo de 2009. Cifra que equivale a seis puntos de nuestro producto interior bruto (PIB). Suma a la que hay que añadir los avales del estado a las emisiones de las entidades de crédito, la participación pública en el banco malo o los esquemas de protección de activos (EPA), una suerte de garantías sobre algunas carteras crediticias o inmuebles adjudicados sobre futuras pérdidas.
            A la mar, agua. La banca, piedra angular de tantas economías y sustento de tantos negocios no se le puede dejar caer, pero, ¿al ciudadano está permitido negarle el pan y la sal? Nos quieren hacer creer que la economía es la base de los ciudadanos, pero es al revés. Deben ser los ciudadanos la base de la economía, pues sin ciudadanos no hay nada.
            Un ranking elaborado por Bloomberg sitúa a la sanidad española como la quinta más eficiente del mundo. Según los datos de Eurostat en 2008 la sanidad pública española es  de las más baratas de la Europa occidental. Nos costaba unos 1500 euros por persona al año, bastante menos de lo que pagan franceses, alemanes, holandeses o belgas. ¿Por qué  ese afán por privatizarla? ¿Para que se enriquezcan unos cuántos? La sanidad española no es impagable, nos la podemos permitir y hay  otras áreas menos sangrantes donde recortar.  Pero, tal vez se pretende hacernos creer que, después de empuñar las tijeras en sanidad, ya  todo es recortable.
El pasado 13 de diciembre, los médicos del servicio de urgencias del Hospital de Toledo acuden al juzgado de guardia de la capital castellano manchega. Tras meses denunciando la saturación de las urgencias y solicitando más medios a la Consejería de Sanidad que dirige José Ignacio Echániz, los facultativos ponen en conocimiento del juzgado que la situación es tan insostenible que "ya no pueden atender a los pacientes por falta de espacio y de camillas" (165 camas menos desde que Cospedal llegó a la presidencia)
El 20 de diciembre todos los médicos del Servicio de Urgencias remiten un escrito al colegio de médicos de Toledo denunciando "la situación caótica" del servicio con "sobresaturación de pacientes pendientes de ingreso en planta, con como media 20 pacientes al día" y alertando de que la situación "compromete la adecuada asistencia a los mismos, habiendo llegado a un punto insostenible con el fallecimiento en el pasillo de dos pacientes en la última semana".
            Tras conocerse el hecho, la Televisión de Castilla-La Mancha, abrió su informativo con una noticia sobre la devastación que están ocasionando los conejos en muchas zonas de la región. Ni una palabra a cerca de las dos mujeres fallecidas en el hospital de Toledo. El SESCAM niega que las mujeres murieran en el pasillo. Pero esa no es la cuestión. La pregunta es:  de haber sido atendidas con mayor prontitud, ¿habrían salvado la vida?
            Este caso, que se ha conocido gracias a la denuncia de los médicos, no es un hecho aislado. Estoy convencido de que hay otros muchos casos. Es más que probable con unas listas de “desesperación” tan elevadas y unos  servicios de urgencias tan saturados, pero sobre ellos se extiende un tupido velo de silencio. Hay miedo al despido y las denuncias se archivan y se pierden. Aquí no pasa nada. La sanidad funciona a las mil maravillas y cada cual se va acostumbrando a la inmoralidad política como a un mal  irremediable.

                                                                      

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