Era
inevitable morir en el pasillo, aguardando al médico de urgencias, al
especialista, al encargado de hacer unas pruebas diagnósticas. Si las listas de
espera aumentan y los servicios de urgencia se saturan, las interminables horas de espera y las deficiencias en el
servicio son lo que aguardan a cualquier
paciente des SESCAM.
No hace falta
que nos lo cuenten. Cualquier enfermo tiene o ha tenido ocasión de comprobarlo
en sus propias carnes. Hace unos años había que esperar bastante, ahora la
espera es tanta que en los pacientes ya solo cabe la desesperación. Ocho meses
para una resonancia magnética, nueve para una colonoscopia, más de 200
días de media en el servicio de
traumatología. Dos años para una operación maxilofacial. Decenas de miles de personas en listas de espera… Las
noticias y las cifras que nos llegan son tan apabullantes como dolorosas. Y, en ese
tiempo de espera, algunos pacientes no aguantan más y pierden la paciencia y la vida. No podía esperarse otra cosa.
En
2013 el SESCAM afirmó haber despedido
cerca de 1300 trabajadores sanitarios. Según la oposición estos podrían ser
unos 2000. Guerras de cifras aparte, no puede pretenderse que la atención
sanitaria mejore con centenares o miles de despidos. Lo natural es que empeore
a ojos vistas, que es lo que está sucediendo. Y que nadie me hable de gestiones
milagrosas porque nadie puede multiplicarse por tres, día tras día.
Desde
la Junta se nos dice que nuestro déficit se ha reducido, que estamos en el principio
de una mejoría. Me pregunto de qué les sirve éste leve saneamiento económico a
la gente que se muere en un pasillo, en una ambulancia camino de Madrid,
“derivado” hacia el más allá. En la sala de espera de urgencias de un hospital
o incluso en su propia vivienda, harta de que le den largas, muriéndose sin remedio.
Hay
ámbitos donde son inconcebibles los recortes y la sanidad es el principal de
ellos. No podemos morir en aras de un triunfalismo económico, no podemos
convertirnos en enfermos crónicos para que la Unión Europea nos dé una palmadita
en la espalda por haber hecho los deberes. Los ciudadanos no somos canjeables
por nada. La sanidad es un derecho y no se vende. La salud y la dignidad de las
personas está por encima de todo y ambas son incuestionables.
Según
el diario El País la banca española ha obtenido ayudas financieras públicas
comprometidas en diferentes formas de capital por valor de 61.366 millones de
euros desde mayo de 2009. Cifra que equivale a seis puntos de nuestro producto
interior bruto (PIB). Suma a la que hay que añadir los avales del estado a las
emisiones de las entidades de crédito, la participación pública en el banco
malo o los esquemas de protección de activos (EPA), una suerte de garantías
sobre algunas carteras crediticias o inmuebles adjudicados sobre futuras
pérdidas.
A
la mar, agua. La banca, piedra angular de tantas economías y sustento de tantos
negocios no se le puede dejar caer, pero, ¿al ciudadano está permitido negarle
el pan y la sal? Nos quieren hacer creer que la economía es la base de los
ciudadanos, pero es al revés. Deben ser los ciudadanos la base de la economía,
pues sin ciudadanos no hay nada.
Un
ranking elaborado por Bloomberg sitúa a la sanidad española como la quinta más
eficiente del mundo. Según los datos de Eurostat en 2008 la sanidad pública
española es de las más baratas de la
Europa occidental. Nos costaba unos 1500 euros por persona al año, bastante
menos de lo que pagan franceses, alemanes, holandeses o belgas. ¿Por qué ese afán por privatizarla? ¿Para que se
enriquezcan unos cuántos? La sanidad española no es impagable, nos la podemos
permitir y hay otras áreas menos
sangrantes donde recortar. Pero, tal vez
se pretende hacernos creer que, después de empuñar las tijeras en sanidad, ya todo es recortable.
El pasado 13
de diciembre, los médicos del servicio de urgencias del Hospital de Toledo
acuden al juzgado de guardia de la capital castellano manchega. Tras meses
denunciando la saturación de las urgencias y solicitando más medios a la
Consejería de Sanidad que dirige José Ignacio Echániz, los facultativos ponen
en conocimiento del juzgado que la situación es tan insostenible que "ya
no pueden atender a los pacientes por falta de espacio y de camillas" (165
camas menos desde que Cospedal llegó a la presidencia)
El 20 de
diciembre todos los médicos del Servicio de Urgencias remiten un escrito al
colegio de médicos de Toledo denunciando "la situación caótica" del
servicio con "sobresaturación de pacientes pendientes de ingreso en
planta, con como media 20 pacientes al día" y alertando de que la
situación "compromete la adecuada asistencia a los mismos, habiendo
llegado a un punto insostenible con el fallecimiento en el pasillo de dos
pacientes en la última semana".
Tras
conocerse el hecho, la Televisión de Castilla-La Mancha, abrió su informativo
con una noticia sobre la devastación que están ocasionando los conejos en
muchas zonas de la región. Ni una palabra a cerca de las dos mujeres fallecidas
en el hospital de Toledo. El SESCAM niega que las mujeres murieran en el
pasillo. Pero esa no es la cuestión. La pregunta es: de haber sido atendidas con mayor prontitud,
¿habrían salvado la vida?
Este
caso, que se ha conocido gracias a la denuncia de los médicos, no es un hecho
aislado. Estoy convencido de que hay otros muchos casos. Es más que probable
con unas listas de “desesperación” tan elevadas y unos servicios de urgencias tan saturados, pero
sobre ellos se extiende un tupido velo de silencio. Hay miedo al despido y las
denuncias se archivan y se pierden. Aquí no pasa nada. La sanidad funciona a
las mil maravillas y cada cual se va acostumbrando a la inmoralidad política
como a un mal irremediable.
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