domingo, 26 de febrero de 2012

¿Estamos muertos?

Todos los días escuchamos de nuestros políticos  la misma letanía: estamos en crisis y los ciudadanos tenemos que apretarnos  el  cinturón. Pero lo cierto es que sus señorías, próceres de la patria, no se enteran de la crisis porque con ellos no va. Mientras  el salario mínimo de un trabajador es  de 624 €/mes, el de un diputado es de 3.996 y puede  llegar, con dietas y otras prebendas, a 6.500 €/mes. Eso amén de una amplia lista de motivos que  pueden agregarse.  Los ciudadanos tenemos que  cotizar 35 años para percibir una jubilación. A los diputados les basta  con siete, y  los miembros del gobierno, para cobrar la pensión máxima, sólo necesitan jurar el cargo.
Al ciudadano se le despide por la vía rápida, a los ministros, secretarios de estado y altos cargos de la política, cuando cesan,  pueden legalmente percibir dos salarios del erario público. Mientras el salario mínimo o las pensiones apenas suben de un año para otro , los políticos se suben sus retribuciones en el porcentaje que les apetece, siempre por unanimidad, por supuesto, y al inicio de la legislatura. Mientras el gobierno da miles de millones de euros a la banca que solo han servido para aumentar los beneficios de sus accionistas y directivos, en vez de facilitar el crédito a las familias y a las empresas, a quienes no pueden pagar su hipoteca se les echa a la calle. Mientras en esta época de crisis los políticos se congelan el sueldo o, como mucho  se desprenden de unas migajas de sus nóminas, a los parados se les retira la ayuda de 420 euros. Mientras a los funcionarios  se les pide que trabajen dos horas y media más a la semana, los diputados disfrutan de tres meses de vacaciones y, cuando los indignados se echaron a la calle, sus señorías se redujeron el trabajo hasta llegar a sólo 36 horas al mes de sesiones plenarias. Y todo con el añadido de que muchos de los diputados y senadores no asisten a muchas de estas  sesiones y sin que al parecer exista sanción alguna por ello.
A los funcionarios se les exige saber una serie de temas y se someten a duras  pruebas de aptitud cuando se presentan a una oposición. A los políticos se les abre la puerta sin siquiera hacerles un test. Al parecer todo vale en política.
    Mientras hay Administraciones Públicas que hacen el mismo cometido y duplican el papeleo, mientras se crean organismos, asesores de confianza y puestos a dedo con sueldazos a cargo del erario público, a los funcionarios de valía se les relega y despide. Mientras, gobierne quien gobierne, se deja manga ancha a las empresas de telefonía y de ADSL, que ofrecen los servicios más caros de Europa y de peor calidad, a los proveedores de las administraciones se les deja de pagar y se provoca su ruina. Cuando los gobiernos se venden a las grandes corporaciones financieras y multinacionales y acatan sus dictados y nos llevan donde nos llevan. Cuando todo esto está pasando, pedir sacrificios al ciudadano, es una absoluta inmoralidad.
 Señorías, prediquen ustedes con el ejemplo. Hagan de la vida política algo más honesto y entonces les creeremos.  Hay muchas decisiones políticas que ustedes deberían haber adoptado hace mucho tiempo para reducir  sus flagrantes privilegios y seguir teniendo credibilidad entre los ciudadanos. Pero no lo han hecho y, hoy por hoy, sus palabras siguen sonando  tan huecas como siempre.
    Somos capaces de llenar  estadios para ver un partido de  fútbol. La juventud  abarrota las plazas para asistir a los grandes conciertos. Agotamos las localidades para eventos multitudinarios, pero cuando se trata de reivindicar causas justas o de  quejarnos de cómo nos tratan los políticos, apenas hay un puñado de personas que salen a la calle. Ya no hay indignados en las plazas, pero  nuestra indignación crece y la clase política sigue sin reaccionar  ¿Estamos muertos?.¿Somos imbéciles?. ¿Cómo es posible que sigamos como si nada sucediera?.  ¿Cómo podemos seguir votando y aguantando carros y carretas?. ¿Cómo es posible que admitamos la indecencia como algo normal?. ¿Cómo no habrá quien siga el ejemplo de los políticos y lo incorpore a su vida diaria?. 
Sufrimos en carne propia mil atropellos. Nos quejamos de la carestía de la vida en el salón de casa. Comentamos con la familia o los amigos las diarias injusticias. Exigimos que nos devuelvan el cambio exacto cuando vamos de compras. Pero cuando los políticos nos engañan y nos  dan el cambiazo, cuando la corrupción estalla, cuando nos estafan a lo grande. Cuando por su culpa millones de personas van al paro o se quedan en la calle y la educación y la sanidad se degradan, la inmensa mayoría se calla como muertos porque cree que es imposible desmontar la indecencia institucionalizada de nuestros gobernantes .
    Pero, lo  vergonzoso no es el bochorno de estas injusticias, que lo es. Lo que de verdad clama al cielo es el silencio del  ciudadano. El que lleguemos a  admitir que ésta es una enfermedad crónica que tenemos que soportar porque no existe remedio alguno para combatirla. Lo más triste de todo es creer que lo normal es que nos pisoteen, que nos zarandeen y manejen a su antojo, como si esto fuera parte de las reglas de la democracia. La vergüenza más grande de todas las vergüenzas es contemplar la suciedad y la injusticia de nuestros políticos y sentarla  a nuestra mesa, como un invitado más.
Ya nos moriremos otro día. Hoy estamos vivos y, si tenemos sangre en las venas, debemos actuar. Consigamos firmas para lograr un proyecto de ley que  elimine los privilegios de los políticos. Ellos no lo van a hacer.


M.P.

domingo, 19 de febrero de 2012

Vista cansada

Vista cansada. Cansada de no ver lo que quiere ver. Cansada de mirar con desgana lo mismo de siempre. Cansada de ver lo que se ve sin querer mirar. Cansada de la fealdad del mundo. Cansada de la injusticia y el horror. Cansada de la muerte, siempre vecina. Cansada de cansarse.

El oftalmólogo me pregunta la edad y me da su veredicto después de acercarme las lentes: vista cansada. ¿Cansada de qué?. No he visto ni el 99% de todo lo que hay que ver en el mundo, no conozco el infierno ni el paraíso, pero la vista ya está cansada. La vista ya se ha doblegado ante todo lo que debe ser mirado y amado, ante todo lo que puede admirarse, odiarse y rechazarse. ¿Estará cansada de no ver?. ¿Estará cansada de no amar?. Los ojos también aman porque ellos son los primeros que nos hacen sentir, el filtro de todas las cosas. Y a través suyo interpretamos el mundo. Y queremos y odiamos y nos cegamos de ambición, de todo, de nada.  
   
      Los ojos son vagos, a media vida sienten la derrota y necesitan la ayuda de unos lentes para ver las cosas como son. Tal vez no queremos verlas así. A lo mejor los ojos van persiguiendo sueños que nunca encuentran y se cansan por eso, por no encontrarlos.

    En el fondo uno sólo ve lo  que quiere ver y sólo tiene ojos para su ego. Miramos a nuestros hijos, a nuestra casa, a nuestros amigos y seguimos por la misma senda de todos los días y lo demás no existe. Miramos para otro lado cuando lo vemos. Cerramos los ojos para no verlo. Somos como mulas con anteojeras que sólo miran el surco que aran, el camino que andan, esa estrecha franja de tierra que marcan con sus patas. Ese otro  mundo está  ahí, pero nuestra vista es corta y no podemos o no queremos alcanzarlo. No nos pertenece. Es de otros. Está más allá de la frontera Y esa mirada selectiva nos hace ver el mundo mutilado, como quien mira a través de un agujero.

    Vista cansada, ojos marchitos, como flores bajo el sol de agosto. Ojos como tizones, asomados a un mundo fragmentario por  la débil luz de una brasa.

    El oftalmólogo me planta esos aros metálicos y va cambiando de cristales y me pregunta ¿Mejor o peor?. Si fuera tan fácil ponernos un simple cristal para cambiar el mundo... Pero no, el mundo no podemos cambiarlo porque nosotros no cambiamos, porque somos los seres injustos y egoístas de todos los días.
    Delante del cristal del televisor interpretamos el mundo. Pero ese mundo en pocas ocasiones se corresponde con la realidad. Siempre es la interpretación de la interpretación, una de los millones de formas de ver la realidad. Porque, queramos o no, siempre hay un cristal que nos separa,  cuando no un muro para no dejar ver lo que no interesa. Y la verdad, como el color,  no existe. Todo depende de la luz, de lo que somos, de nuestra forma de ver la realidad. Creemos que las cosas son como son, pero solo hay maneras de pintarla y retratarla. Esa es nuestra única verdad.
Cristales y más cristales con los que creemos ver mejor o peor. Pero con los que no abandonamos nuestra miopía, ese estrabismo que nos hace ver las cosas cambiadas sin estarlo, ese astigmatismo que nos hace verlo todo difuso. Cristales y más cristales para tratar de ver hasta la misma entraña de las cosas, pero con la voluntad rendida a nuestro ego para ver siempre a nuestro modo y manera.
Queremos verlo todo, como dioses visionarios, pero cada cual estamos anclados en nuestra propia angostura y apenas vemos un poco más allá de nuestras narices, con toda clases de barnices. La transparencia absoluta no existe, es solo una utopía que siempre está un paso más allá de nosotros. Todo son matices, ángulos, visiones  y hasta deformaciones. Y al final, nuestros ojos se cansan de ver el mundo y el mundo, quizás también se cansa de nosotros. El correr del tiempo, ni que decir tiene, es un continuo manantial de cansancio.


M. P.  

Camino del azar

María tenía unos ojos azules preciosos y olía a mar y azahar. A menudo me llevaba a una cala escondida, mientras la espuma de las olas rompía  contra las rocas. Me miraba con afán, persiguiendo resolver el misterio de los sentimientos. Su pelo rubio acariciaba mi piel de pergamino. Sus manos de seda, me tocaban y me estremecían. Pero no podía emocionarme. Soy incapaz de sentir, de amar. Tan solo sueño.
Cuando el sol estaba alto nos refugiábamos bajo una sombrilla.Yo estaba a merced de sus manos hasta que el sol caía sobre el horizonte. María me miraba en silencio y yo, en silencio, sentía que  hablaba a través de sus ojos.
En ocasiones le hice reír y eso me halagó profundamente. Pero  también la entristecí y dejó caer algunas lágrimas  sobre mi y ya no supe si me quería o me odiaba.
Un día nuestro idilio se acabó junto al malecón donde nos conocimos. Yo me quedé allí. Quieto, mudo, sin ojos para llorar ni boca para gritar su nombre, mientras María se alejaba sin volver la vista atrás.
 De una manera u otra todo concluye y el voluble corazón humano salta, cae, trepa y,  sobre todo, olvida.
 Pronto, en el malecón, por puro azar, conocí a Gloria, una joven con la que emprendí un largo viaje a Finlandia, donde me enseñó lo que era el frío y las montañas, los lagos y los bosques nevados. Pasamos nuestros mejores momentos junto al fuego, en una acogedora cabaña. Pero Gloria también me dejó.
Por puro azar y afán viajero, me fui a Groenlandia. Allí me hice amigo de un simpático inuit, que me albergó en su iglú. A veces me miraba de reojo, pero las más,  me abandonaba. Me gustaba su forma de sonreír y también los grandes icebers azulados que navegaban a la deriva. Pero ambos hablábamos lenguajes diferentes y jamás nos entendimos.
De nuevo solo, el azar volvió a cruzarse en mi camino y me fui en avión a Nueva York con Fanny, toda una mujer. Pasaba todo su tiempo libre conmigo. Recuerdo sobre todo los días que  fuimos a Central Park y lo pasamos en grande. Fue alguien muy especial para mí.. Sus ojos negros tenían una mirada dulce y apasionada. La cascada de su melena,  me dejaba como recuerdo alguno de sus largos cabellos. Pero, a pesar de los muchos momentos de felicidad  juntos, desde el primer instante supe que aquella amistad también sería efímera y se diluiría con el paso del tiempo. El azar regía mi vida. Había sido así siempre y así seguiría.
Algunas personas creen que pueden forjar su vida con la fuerza de su empeño. Sin embargo, es el azar quien decide por ellos. Encontrar a la persona que quieren o trabajar en lo que les gusta, a menudo depende de tomar un camino u otro, de la casualidad, de estar en el lugar y en el momento oportunos.
Muchos se sienten capitanes de su barco. Pero el barco que tripulan no es suyo, es del ancho mundo que los rodea, y aunque bregan al timón, es el azar quien dirige el rumbo de su destino.
Un día Fanny desapareció de mi vida y me quedé solo de nuevo. Aguardando otras manos, otros ojos, otros azares que me llevaran por el inmenso mundo. Pero a veces el mundo  también es un pañuelo.
Cansado de esperar en  un banco, me reencontré con mi padre después de quince años. Sus manos exhibían las pequeñas manchas de la edad y su pelo era muy cano. Me abrazó con ternura contra su pecho. Miró mi portada desgastada por los lectores. Acarició mi lomo, como si  fuese aquel perro suyo que anduvo meses perdido y, por azar, logró encontrar. Miró la foto de la cubierta, el título, su nombre en letras de imprenta. Entusiasmado, como si hubiera encontrado un tesoro. Pero solo era yo, su libro. El mismo libro que, obsesionado, escribió durante meses. Con la errata en la penúltima página. Con las mismas frases que, paciente, escribió y enmendó cuando era más joven. Palabras viajeras que habían hecho soñar, sonreír, llorar y amar.
Me hojeó: me quería. Pero no me llevó con él. Me abandonó en el banco del parque. El azar debía seguir su camino.

Víctimas y verdugos

“No hay dinero”. Sin duda es la frase más repetida en estos tiempos de crisis. Cada día que pisamos el suelo algo se desmorona y nos muestra el desolador panorama de ruina y miseria de una crisis que crece con el paso de los días. Nóminas que no pueden pagarse, despidos, cierre de negocios, desahucios, quiebras, subvenciones que no llegan, administraciones que no pagan por falta de efectivo, centros públicos sin dinero para calefacción. La lista es interminable. No necesito recordar lo que a diario sufrimos en nuestras propias carnes. Pero, ¿cuándo y quien propició este desastre?. Haciendo memoria uno recuerda que fueron los bancos los que nos metieron en este desaguisado con sus hipotecas basura. Y del mismo modo vuelvo a recordar que, como inmerecido premio, los bancos fueron ayudados por el Estado con sustanciosas sumas para que el crédito fluyera, sin que de nada haya servido. Hace poco, el Banco Central Europeo ha vuelto a conceder otra buena inyección de dinero con el mismo propósito. Los gobiernos jamás estuvieron tan unidos a esta banca de la especulación y el desvarío, ni se mostraron tan solidarios con ella. Y de la misma forma nunca fueron tan injustos con sus víctimas que ahora pagamos los platos rotos de nuestros verdugos. Sin ir más lejos, según dicen, en España hay 300 desahucios diarios a familias que no pueden pagar la hipoteca de su vivienda.
    Hasta hace cuatro días los próceres de la patria construían  aeropuertos sin licencia de vuelo ni aviones allí donde no hacía ninguna falta. Daban alas a la especulación inmobiliaria y bancaria. Se ganaban  honores con obras faraónicas inútiles. Dilapidaban  fortunas en construir estadios de lujo, ciudades deportivas, villas olímpicas y exposiciones de grandeza efímera. Creaban  fundaciones fantasma  para colocar millones de euros en paraísos fiscales. Hoy no hay dinero para lo más elemental, sobre todo para los de a pié.
Hasta anteayer amiguísimos de quienes hoy gobiernan les “tocaba” la lotería un año si y otro también para blanquear sus fraudes y, en sonados casos, el dinero público servía para adquirir mansiones millonarias, yates y  hasta cocaína, mientras políticos de toda condición se afanaban en barrer  la miseria de un lado a otro para inaugurar eventos repletos de absurdo y despilfarro y, de paso dar mayor brillo, a sí mismos y a una élite social.
Hoy no hay dinero y no es de extrañar. Con aquellos mimbres hoy tenemos este cesto. Ahora, como emperadores plenipotenciarios, nos dicen con toda la geta que no hay dinero, que la culpa es del PSOE, como si el PP en las comunidades donde gobernó  (Madrid, Comunidad Valenciana, etc) no hubiera encabezado la lista del endeudamiento . No hay dinero porque se derrochó a manos llenas, porque se gestionó mal, porque pinchó la burbuja inmobiliaria y los especuladores y el poder que les apoyó arruinaron ó a millones de ciudadanos.
 No importó lo suficiente, y menos parece importar ahora, mejorar la educación pública, la cultura, la sanidad, los servicios sociales.
    A cambio los próceres de la patria construyeron una línea de tren supermillonaria en la que viajaron una media de ocho personas al día y que hubo que cerrar. En lugar de invertir más en cuestiones básicas, estas ilustres cabezas pensantes que se emborrachan hablando de desarrollo sostenible y progreso se dijeron: hagamos centros de exposiciones esperpénticos. Creemos infraestructuras megalómanas de nula utilidad. Gastémonos todo eso de lo que privamos a los más pobres en obras faraónicas, en despropósitos que dejen huella. Metamos la corrupción debajo de la alfombra. Permitamos la especulación urbanística y las estafas millonarias, porque la Ley solo es igual para todos en los discursos reales de Navidad. En el vivir de cada día, los pobres van a la cárcel y los sinvergüenzas poderosos se pasean por la calle mientras un prestigioso  bufete de abogados hace lo negro blanco. 
    Ahora no hay dinero para pagar la calefacción en los centros de enseñanza. Los universitarios van a las aulas con mantas, los ayuntamientos deben la luz, el teléfono y algunos no pueden pagar a sus  empleados. Los servicios sociales no cobran y muchos de sus programas para personas necesitadas ya no se llevan a cabo.
Nosotros, los ciudadanos de a pie, somos quienes estamos pagando esta crisis. Los bancos sólo obtienen menos beneficios. Sin embargo a los bancos se les ayuda y a los ciudadanos se nos castiga. Hasta hace dos días los directivos de bancos con participación pública ganaban nóminas astronómicas, aunque la entidades que presidían  tuvieran pérdidas millonarias - ahora podrán seguir cobrando hasta 600.000 euros anuales de nada. A los ciudadanos que no pueden pagar su hipoteca se les pone en la calle y, a todos en general, nos dicen que tenemos que apretarnos el cinturón, aunque muchos hace tiempo que se han quedado sin pantalones. 
Hoy España cuenta con 10 millones de pobres y hay cientos de  miles de desahuciados que viven donde pueden. Sin embargo, los ricos son más ricos y ha aumentado el consumo de productos de lujo. Curiosa paradoja en un país a punto de entrar en recesión.
“Algo malo va a pasar”, dicen algunos, sin querer reconocer que  la lamentable realidad que nos abruma ya es parte de nuestra desgracia y, probablemente, corresponde a una larga enfermedad. Y esa enfermedad tiene su etiología en la especulación del poder económico y financiero, en la inmoralidad política, en la corrupción macroeconómica, en el desprecio por los valores, en la injusticia.
Ahora, cuando medio mundo se tambalea, el miedo planea sobre nosotros y también la indignación y los ciudadanos asistimos al triste espectáculo de ver como a los verdugos se les cuelgan medallas mientras a las víctimas las despiden de sus trabajos y las echan de sus casas. Con sinceridad,  no nos merecemos esto. 



                                          M. Picó

domingo, 12 de febrero de 2012

Agencias de calificación: las cajas de Pandora

Antaño se decía que Dios estaba con nosotros cuando la fortuna nos sonreía o algún asunto venía rodado. Hoy la expresión está en desuso. Algunos piensan que la causa es que ya no somos tan católicos como antes. Otros en cambio lo achacan a que  con la crisis en la que estamos,  Dios se ha largado con viento fresco.
De un modo o de otro, e incluso de ninguno de los dos, en el siglo XXI, Dios es otro y se ha hecho carne entre nosotros a través de las agencias de calificación de riesgos, quienes no cesan de redactar informes y abrir su particular caja de Pandora, con toda clase de truenos y malos augurios.
En esta era de certificaciones, actas notariales, acreditaciones, peritos, polígrafos y sueros de la verdad, en donde nuestra mayor certeza es la posibilidad de perderlo todo, estas diosas capaces de valorar los riesgos de las finanzas ajenas se han convertido en los gurús que evalúan el presente y vaticinan el futuro de las economías de los países. En  especial de aquellos que andan con el agua al cuello.
 Standard & Poors, Moody´s, Fitch  y otras agencias, cumplen sus encargos e, informe en mano, provocan que la bolsa se tambalée, cambien los gobiernos y el miedo y la incertidumbre se nos meta en el cuerpo. Pocos son los que se salvan de esta peste económica y quien más y quien menos trata de atarse el dedo por lo sano y recorta  donde puede y hasta donde no debe. Pero, ¿son tan fiables las agencias de calificación?
Lo cierto es que todas la agencias califican las deudas soberanas de los países en riesgo y, día tras día, cotiza en bolsa la miseria para que un grupo de corporaciones financieras y desaprensivos vuelvan a subir los intereses y asfixien a países enteros.
Día sí y día también las agencias de calificación, a través de todos los medios de comunicación, aventan  entre nosotros nuevas sospechas, incertidumbres y desconfianzas a las que de por sí ya teníamos.
Nos hablan del bono alemán, de la prima de riesgo, que ya nos resulta más familiar que algunas de nuestras propias primas. Nos hablan de cuestiones que muchos de nosotros no alcanzamos a comprender plenamente. Pero la verdad es que, en este siglo tumultuoso y despiadado, la economía cada vez se hace más enrevesada para que  al final no haya nadie que la entienda. Y las preguntas me zumban en la cabeza como avispas dispuestas a clavar su aguijón. ¿Por qué las agencias de calificación  tienen tanto poder?, ¿por qué sus augurios son seguidos al pie de la letra por todo el orbe, como verdades inmutables, a pesar de sus sonados errores?. ¿Son las dueñas de la verdad absoluta?.
 Standard & Poor's  otorgó  la categoría mayor (AAA ) a grandes  paquetes de hipotecas basura. Los inversores confiando en el bajo riesgo  adquirieron bonos basura con grandes pérdidas. Por ejemplo, las pérdidas sobre un valor de 340.7 millones de dólares de estos bonos  emitidos por el Credit Suisse Group llegaron  hasta 125 millones, aunque fueron calificados como AAA por Standard & Poor's. También, en 2008 y 2009, en la crisis financiera de Islandia, Standard & Poor´s dió la máxima calificación a los bancos islandeses  y luego se hundieron. Me pregunto quién califica a las agencias de calificación, cuyo prestigio debería estar en entredicho por sus históricos errores. ¿Qué nota habría que ponerles a cada una de ellas?. ¿La triple A, la B o la C?. ¿La A-1, La B 3 o la C-2?. Cuanto más lo pienso, más llego a la conclusión de que esto parece cada vez más a ese juego de los barcos al que yo jugaba en mi adolescencia. A-1, agua .B-2, tocado, C-3, tocado y hundido.
En estos tiempos de crisis, todo el mundo necesita ser evaluado para saber a cuanto ascenderán al día siguiente los intereses de sus nuevos préstamos, si los consigue. Ante la desconfianza un informe cada día y, cada día, una vuelta de tuerca más hacia el abismo
 ¿Quiénes ganan hundiendo países, devaluando monedas y esperanzas y creando parados y desesperados?. ¿Quiénes se frotan las manos con el cacareo de tanta desconfianza?. Sin duda alguna los países y corporaciones financieras que prestan dinero.
. ¿Por qué un día la deuda de un país, sin que suceda nada excepcional, por espacio de unas horas crece un 20 un 30 o un 40%?. Ignoro los tecnicismos macroeconómicos y bursátiles de cada una de las respuestas que corresponderían a estas preguntas. En el castillo de naipes que se ha convertido esta crisis, el más leve soplo hace tambalearse y caer a pequeños y grandes.
Pero es obvio que detrás de toda esta maquinaria  financiera está el gran capital y la especulación. Quienes prestan el dinero a Grecia, Irlanda, Portugal, Italia o España, ante la alarma por el riesgo, – a veces artificial- suben y suben sus ganancias. De quienes nos hemos hecho dependientes para subsistir, de quienes tienen la sartén por el mango podemos esperarlo todo menos la bondad.
    Descalifica un país que algo queda, ese parece ser el lema del momento. Y aunque ahora, después de tanto tiempo, se está intentando ponerle coto, el endeudamiento y el drama ya lo tenemos encima.
    Me pregunto cómo se puede generar confianza en los mercados y en las personas con tantas inyecciones diarias de desconfianza, con tantas trampas y añagazas. Es como si el médico que va a ver al enfermo le apretase el cuello y le dijese: está usted muy mal, veo muy difícil que salga de esta.
     La confianza genera confianza y la desconfianza, más desconfianza y más intereses para quienes, como España,  piden créditos. El tiempo dirá donde acaba este culebrón.



                                          M. Picó