domingo, 19 de febrero de 2012

Vista cansada

Vista cansada. Cansada de no ver lo que quiere ver. Cansada de mirar con desgana lo mismo de siempre. Cansada de ver lo que se ve sin querer mirar. Cansada de la fealdad del mundo. Cansada de la injusticia y el horror. Cansada de la muerte, siempre vecina. Cansada de cansarse.

El oftalmólogo me pregunta la edad y me da su veredicto después de acercarme las lentes: vista cansada. ¿Cansada de qué?. No he visto ni el 99% de todo lo que hay que ver en el mundo, no conozco el infierno ni el paraíso, pero la vista ya está cansada. La vista ya se ha doblegado ante todo lo que debe ser mirado y amado, ante todo lo que puede admirarse, odiarse y rechazarse. ¿Estará cansada de no ver?. ¿Estará cansada de no amar?. Los ojos también aman porque ellos son los primeros que nos hacen sentir, el filtro de todas las cosas. Y a través suyo interpretamos el mundo. Y queremos y odiamos y nos cegamos de ambición, de todo, de nada.  
   
      Los ojos son vagos, a media vida sienten la derrota y necesitan la ayuda de unos lentes para ver las cosas como son. Tal vez no queremos verlas así. A lo mejor los ojos van persiguiendo sueños que nunca encuentran y se cansan por eso, por no encontrarlos.

    En el fondo uno sólo ve lo  que quiere ver y sólo tiene ojos para su ego. Miramos a nuestros hijos, a nuestra casa, a nuestros amigos y seguimos por la misma senda de todos los días y lo demás no existe. Miramos para otro lado cuando lo vemos. Cerramos los ojos para no verlo. Somos como mulas con anteojeras que sólo miran el surco que aran, el camino que andan, esa estrecha franja de tierra que marcan con sus patas. Ese otro  mundo está  ahí, pero nuestra vista es corta y no podemos o no queremos alcanzarlo. No nos pertenece. Es de otros. Está más allá de la frontera Y esa mirada selectiva nos hace ver el mundo mutilado, como quien mira a través de un agujero.

    Vista cansada, ojos marchitos, como flores bajo el sol de agosto. Ojos como tizones, asomados a un mundo fragmentario por  la débil luz de una brasa.

    El oftalmólogo me planta esos aros metálicos y va cambiando de cristales y me pregunta ¿Mejor o peor?. Si fuera tan fácil ponernos un simple cristal para cambiar el mundo... Pero no, el mundo no podemos cambiarlo porque nosotros no cambiamos, porque somos los seres injustos y egoístas de todos los días.
    Delante del cristal del televisor interpretamos el mundo. Pero ese mundo en pocas ocasiones se corresponde con la realidad. Siempre es la interpretación de la interpretación, una de los millones de formas de ver la realidad. Porque, queramos o no, siempre hay un cristal que nos separa,  cuando no un muro para no dejar ver lo que no interesa. Y la verdad, como el color,  no existe. Todo depende de la luz, de lo que somos, de nuestra forma de ver la realidad. Creemos que las cosas son como son, pero solo hay maneras de pintarla y retratarla. Esa es nuestra única verdad.
Cristales y más cristales con los que creemos ver mejor o peor. Pero con los que no abandonamos nuestra miopía, ese estrabismo que nos hace ver las cosas cambiadas sin estarlo, ese astigmatismo que nos hace verlo todo difuso. Cristales y más cristales para tratar de ver hasta la misma entraña de las cosas, pero con la voluntad rendida a nuestro ego para ver siempre a nuestro modo y manera.
Queremos verlo todo, como dioses visionarios, pero cada cual estamos anclados en nuestra propia angostura y apenas vemos un poco más allá de nuestras narices, con toda clases de barnices. La transparencia absoluta no existe, es solo una utopía que siempre está un paso más allá de nosotros. Todo son matices, ángulos, visiones  y hasta deformaciones. Y al final, nuestros ojos se cansan de ver el mundo y el mundo, quizás también se cansa de nosotros. El correr del tiempo, ni que decir tiene, es un continuo manantial de cansancio.


M. P.  

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