Todos los días escuchamos de nuestros políticos la misma letanía: estamos en crisis y los ciudadanos tenemos que apretarnos el cinturón. Pero lo cierto es que sus señorías, próceres de la patria, no se enteran de la crisis porque con ellos no va. Mientras el salario mínimo de un trabajador es de 624 €/mes, el de un diputado es de 3.996 y puede llegar, con dietas y otras prebendas, a 6.500 €/mes. Eso amén de una amplia lista de motivos que pueden agregarse. Los ciudadanos tenemos que cotizar 35 años para percibir una jubilación. A los diputados les basta con siete, y los miembros del gobierno, para cobrar la pensión máxima, sólo necesitan jurar el cargo.
Al ciudadano se le despide por la vía rápida, a los ministros, secretarios de estado y altos cargos de la política, cuando cesan, pueden legalmente percibir dos salarios del erario público. Mientras el salario mínimo o las pensiones apenas suben de un año para otro , los políticos se suben sus retribuciones en el porcentaje que les apetece, siempre por unanimidad, por supuesto, y al inicio de la legislatura. Mientras el gobierno da miles de millones de euros a la banca que solo han servido para aumentar los beneficios de sus accionistas y directivos, en vez de facilitar el crédito a las familias y a las empresas, a quienes no pueden pagar su hipoteca se les echa a la calle. Mientras en esta época de crisis los políticos se congelan el sueldo o, como mucho se desprenden de unas migajas de sus nóminas, a los parados se les retira la ayuda de 420 euros. Mientras a los funcionarios se les pide que trabajen dos horas y media más a la semana, los diputados disfrutan de tres meses de vacaciones y, cuando los indignados se echaron a la calle, sus señorías se redujeron el trabajo hasta llegar a sólo 36 horas al mes de sesiones plenarias. Y todo con el añadido de que muchos de los diputados y senadores no asisten a muchas de estas sesiones y sin que al parecer exista sanción alguna por ello.
A los funcionarios se les exige saber una serie de temas y se someten a duras pruebas de aptitud cuando se presentan a una oposición. A los políticos se les abre la puerta sin siquiera hacerles un test. Al parecer todo vale en política.
Mientras hay Administraciones Públicas que hacen el mismo cometido y duplican el papeleo, mientras se crean organismos, asesores de confianza y puestos a dedo con sueldazos a cargo del erario público, a los funcionarios de valía se les relega y despide. Mientras, gobierne quien gobierne, se deja manga ancha a las empresas de telefonía y de ADSL, que ofrecen los servicios más caros de Europa y de peor calidad, a los proveedores de las administraciones se les deja de pagar y se provoca su ruina. Cuando los gobiernos se venden a las grandes corporaciones financieras y multinacionales y acatan sus dictados y nos llevan donde nos llevan. Cuando todo esto está pasando, pedir sacrificios al ciudadano, es una absoluta inmoralidad.
Señorías, prediquen ustedes con el ejemplo. Hagan de la vida política algo más honesto y entonces les creeremos. Hay muchas decisiones políticas que ustedes deberían haber adoptado hace mucho tiempo para reducir sus flagrantes privilegios y seguir teniendo credibilidad entre los ciudadanos. Pero no lo han hecho y, hoy por hoy, sus palabras siguen sonando tan huecas como siempre.
Somos capaces de llenar estadios para ver un partido de fútbol. La juventud abarrota las plazas para asistir a los grandes conciertos. Agotamos las localidades para eventos multitudinarios, pero cuando se trata de reivindicar causas justas o de quejarnos de cómo nos tratan los políticos, apenas hay un puñado de personas que salen a la calle. Ya no hay indignados en las plazas, pero nuestra indignación crece y la clase política sigue sin reaccionar ¿Estamos muertos?.¿Somos imbéciles?. ¿Cómo es posible que sigamos como si nada sucediera?. ¿Cómo podemos seguir votando y aguantando carros y carretas?. ¿Cómo es posible que admitamos la indecencia como algo normal?. ¿Cómo no habrá quien siga el ejemplo de los políticos y lo incorpore a su vida diaria?.
Sufrimos en carne propia mil atropellos. Nos quejamos de la carestía de la vida en el salón de casa. Comentamos con la familia o los amigos las diarias injusticias. Exigimos que nos devuelvan el cambio exacto cuando vamos de compras. Pero cuando los políticos nos engañan y nos dan el cambiazo, cuando la corrupción estalla, cuando nos estafan a lo grande. Cuando por su culpa millones de personas van al paro o se quedan en la calle y la educación y la sanidad se degradan, la inmensa mayoría se calla como muertos porque cree que es imposible desmontar la indecencia institucionalizada de nuestros gobernantes .
Pero, lo vergonzoso no es el bochorno de estas injusticias, que lo es. Lo que de verdad clama al cielo es el silencio del ciudadano. El que lleguemos a admitir que ésta es una enfermedad crónica que tenemos que soportar porque no existe remedio alguno para combatirla. Lo más triste de todo es creer que lo normal es que nos pisoteen, que nos zarandeen y manejen a su antojo, como si esto fuera parte de las reglas de la democracia. La vergüenza más grande de todas las vergüenzas es contemplar la suciedad y la injusticia de nuestros políticos y sentarla a nuestra mesa, como un invitado más.
Ya nos moriremos otro día. Hoy estamos vivos y, si tenemos sangre en las venas, debemos actuar. Consigamos firmas para lograr un proyecto de ley que elimine los privilegios de los políticos. Ellos no lo van a hacer.
M.P.
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