“No hay dinero”. Sin duda es la frase más repetida en estos tiempos de crisis. Cada día que pisamos el suelo algo se desmorona y nos muestra el desolador panorama de ruina y miseria de una crisis que crece con el paso de los días. Nóminas que no pueden pagarse, despidos, cierre de negocios, desahucios, quiebras, subvenciones que no llegan, administraciones que no pagan por falta de efectivo, centros públicos sin dinero para calefacción. La lista es interminable. No necesito recordar lo que a diario sufrimos en nuestras propias carnes. Pero, ¿cuándo y quien propició este desastre?. Haciendo memoria uno recuerda que fueron los bancos los que nos metieron en este desaguisado con sus hipotecas basura. Y del mismo modo vuelvo a recordar que, como inmerecido premio, los bancos fueron ayudados por el Estado con sustanciosas sumas para que el crédito fluyera, sin que de nada haya servido. Hace poco, el Banco Central Europeo ha vuelto a conceder otra buena inyección de dinero con el mismo propósito. Los gobiernos jamás estuvieron tan unidos a esta banca de la especulación y el desvarío, ni se mostraron tan solidarios con ella. Y de la misma forma nunca fueron tan injustos con sus víctimas que ahora pagamos los platos rotos de nuestros verdugos. Sin ir más lejos, según dicen, en España hay 300 desahucios diarios a familias que no pueden pagar la hipoteca de su vivienda.
Hasta hace cuatro días los próceres de la patria construían aeropuertos sin licencia de vuelo ni aviones allí donde no hacía ninguna falta. Daban alas a la especulación inmobiliaria y bancaria. Se ganaban honores con obras faraónicas inútiles. Dilapidaban fortunas en construir estadios de lujo, ciudades deportivas, villas olímpicas y exposiciones de grandeza efímera. Creaban fundaciones fantasma para colocar millones de euros en paraísos fiscales. Hoy no hay dinero para lo más elemental, sobre todo para los de a pié.
Hasta anteayer amiguísimos de quienes hoy gobiernan les “tocaba” la lotería un año si y otro también para blanquear sus fraudes y, en sonados casos, el dinero público servía para adquirir mansiones millonarias, yates y hasta cocaína, mientras políticos de toda condición se afanaban en barrer la miseria de un lado a otro para inaugurar eventos repletos de absurdo y despilfarro y, de paso dar mayor brillo, a sí mismos y a una élite social.
Hoy no hay dinero y no es de extrañar. Con aquellos mimbres hoy tenemos este cesto. Ahora, como emperadores plenipotenciarios, nos dicen con toda la geta que no hay dinero, que la culpa es del PSOE, como si el PP en las comunidades donde gobernó (Madrid, Comunidad Valenciana, etc) no hubiera encabezado la lista del endeudamiento . No hay dinero porque se derrochó a manos llenas, porque se gestionó mal, porque pinchó la burbuja inmobiliaria y los especuladores y el poder que les apoyó arruinaron ó a millones de ciudadanos.
No importó lo suficiente, y menos parece importar ahora, mejorar la educación pública, la cultura, la sanidad, los servicios sociales.
A cambio los próceres de la patria construyeron una línea de tren supermillonaria en la que viajaron una media de ocho personas al día y que hubo que cerrar. En lugar de invertir más en cuestiones básicas, estas ilustres cabezas pensantes que se emborrachan hablando de desarrollo sostenible y progreso se dijeron: hagamos centros de exposiciones esperpénticos. Creemos infraestructuras megalómanas de nula utilidad. Gastémonos todo eso de lo que privamos a los más pobres en obras faraónicas, en despropósitos que dejen huella. Metamos la corrupción debajo de la alfombra. Permitamos la especulación urbanística y las estafas millonarias, porque la Ley solo es igual para todos en los discursos reales de Navidad. En el vivir de cada día, los pobres van a la cárcel y los sinvergüenzas poderosos se pasean por la calle mientras un prestigioso bufete de abogados hace lo negro blanco.
Ahora no hay dinero para pagar la calefacción en los centros de enseñanza. Los universitarios van a las aulas con mantas, los ayuntamientos deben la luz, el teléfono y algunos no pueden pagar a sus empleados. Los servicios sociales no cobran y muchos de sus programas para personas necesitadas ya no se llevan a cabo.
Nosotros, los ciudadanos de a pie, somos quienes estamos pagando esta crisis. Los bancos sólo obtienen menos beneficios. Sin embargo a los bancos se les ayuda y a los ciudadanos se nos castiga. Hasta hace dos días los directivos de bancos con participación pública ganaban nóminas astronómicas, aunque la entidades que presidían tuvieran pérdidas millonarias - ahora podrán seguir cobrando hasta 600.000 euros anuales de nada. A los ciudadanos que no pueden pagar su hipoteca se les pone en la calle y, a todos en general, nos dicen que tenemos que apretarnos el cinturón, aunque muchos hace tiempo que se han quedado sin pantalones.
Hoy España cuenta con 10 millones de pobres y hay cientos de miles de desahuciados que viven donde pueden. Sin embargo, los ricos son más ricos y ha aumentado el consumo de productos de lujo. Curiosa paradoja en un país a punto de entrar en recesión.
“Algo malo va a pasar”, dicen algunos, sin querer reconocer que la lamentable realidad que nos abruma ya es parte de nuestra desgracia y, probablemente, corresponde a una larga enfermedad. Y esa enfermedad tiene su etiología en la especulación del poder económico y financiero, en la inmoralidad política, en la corrupción macroeconómica, en el desprecio por los valores, en la injusticia.
Ahora, cuando medio mundo se tambalea, el miedo planea sobre nosotros y también la indignación y los ciudadanos asistimos al triste espectáculo de ver como a los verdugos se les cuelgan medallas mientras a las víctimas las despiden de sus trabajos y las echan de sus casas. Con sinceridad, no nos merecemos esto.
M. Picó
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