domingo, 16 de diciembre de 2012

Bienvenida al mundo, pequeña



                                        

          
Te han expulsado de la sala  porque ha llegado el momento en que tu presencia es más estorbo que ayuda. No salía, por más que  se esforzaba aquel ser diminuto seguía encerrado en la placenta.
         Has cogido un segundo su mano para animarla y la has dejado en la soledad de su dolor, humillada por la postura, con una pierna mirando para Valencia y la otra para Ciudad Real y una cara de estreñimiento agudo muy propiciatoria para granjearse enemistades y patas de gallo.
Las dos enfermeras han seguido a lo suyo, intentando que aquel globo sonda se desinflase como fuera.
         Ahora estás en el pasillo, nervioso, y de forma inevitable piensas que algo va mal, que el parto, sin saber por qué parece que se está complicando.   Esperas que de un momento a otro salga alguien con una bata blanca y te diga: “puede usted pasar. Todo ha ido bien"
            Pero la puerta batiente que da a las salas de partos está quieta como el agua de una charca y los minutos pasan y solamente se escuchan algunos gritos de dolor, no sabes de qué sala ni de que mujer, aderezados con  berridos de niños.
         Esperas a alguien que no has visto en tu vida. No sabes si estará sano o enfermo, si le faltarán los dedos de una mano, un pie, un riñón o una oreja. Confías que la madre pueda contarlo. Y a pesar de que estás harto de la monotonía de la vida y la normalidad de cuanto te rodea, confías en que todo sea normal, con la misma normalidad que cuando nunca pasa nada y las horas están muertas mucho antes de que las saetas del reloj las marque.
         ¿Cómo será? ¿Rubia o morena?. ¿Quizás pelirroja?. Si su abuelo era pelirrojo es posible que... No, ninguno de los tres colores. La niña será calva, como una bola de billar, sólo con alguna pelusilla, parecida a esa que a veces se acumula debajo de la cama.
         Por fin la puerta se abre y una enfermera te hace señas para que entres. La madre y la niña están bien. Pero ¿qué es lo que ven tus ojos?. La niña es negra, negra como el azabache y tú eres blanco, blanco como el arroz, lo mismo que tu mujer . ¿Será posible?. Encima de cornudo no  eres padre.
         Pero... ¿en qué estás pensando?, ¿dónde tienes la cabeza?. Esta es la sala número tres y tu mujer está en la dos y no es esa negrita que esta ahí, ¿verdad?.
            Por fin respiras aliviado y raudo entras en la sala dos y las ves. Tu mujer sonríe y la niña está arrebujada en el cuco.Las manos diminutas, los ojos grandes, sorprendidos. Y tú, tan torpe como siempre, no sabes como cogerla, ni que decirle. Al final suspiras:  bienvenida al mundo, pequeña.

Hierro y Tierra en Amazon


                           


  
No me pregunten por qué, pero mi libro, “Hierro y Tierra” ya está en la multinacional  estadounidense Amazon y por 5,92 euros y puede adquirirse a través de Internet en todo el mundo. Basta poner el link Hierro y tierra -Formato Kindle- Manuel Picó (2012) y listo, ya puede uno descargárselo si le apetece. Si ya han leído el libro, pueden  poner ahí los comentarios que les vengan en gana, -especialmente si son favorables serán muy de agradecer para la promoción del libro.

Esta es una ventana abierta al mundo y una forma de abaratar el precio del volumen a los lectores que lean a través de una tableta de E-book. Pero, sinceramente, creo que sirve de poco. Como el mío hay cientos de miles de libros, muchos de autores tan desconocidos como yo, y el hecho de estar ahí, al público no le provoca ni frío ni calor, y a la inmensa mayoría de los autores, ni nos va a catapultar a la fama ni nos va a proporcionar unos ingresitos extra. Estamos, simplemente, casi como los muertos en el cementerio. Porque... ¿cuántos serán los que descarguen el libro?, ¿cuántos los que compren el volumen de un autor novel del que nunca han oído hablar?, ¿hay quien compre a ciegas?. Quién no se dedica profesionalmente a escribir, ¿puede hacerse un pequeño hueco en la literatura o encenderá la chimenea con sus libros?. Por supuesto siempre hay sorpresas, pero con los pies en el suelo, lo más factible es hacer una buena hoguera. Ahora que el frío aprieta, al menos por estos lares, pasen y caliéntense ustedes.   







domingo, 21 de octubre de 2012

Irrescatables




La cantinela viene de lejos: no hay dinero, el PSOE arruinó el país y el Gobierno actual le toca apretarnos el cinturón. Esta es en síntesis la tesis gubernamental que repite día sí y día también. En el desayuno, en la comida, en la merienda, en la cena y a todas horas, pero es evidente que la forma de interpretar los hechos no se corresponde con la realidad. Desde luego el PSOE derrochó mucho dinero, pero el PP, en la medida de sus posibilidades, también lo hizo. Sin embargo, no es verdad que no hay dinero. Hay y ha habido millones de euros para rescatar a los bancos, los causantes de esta crisis, los que nos han estafado, los que no han sabido gestionar el dinero, los que han arruinado a miles de personas con sus acciones preferentes, los que desahucian a los ciudadanos. Hay dinero para los ladrones, no para la gente honrada, no para las víctimas del ladrillo, del fraude y la especulación. 

Para usted, para mí y para todos los ciudadanos nos han reservado una sanidad, una educación y una cultura mucho peores. A nosotros el Gobierno nos obsequia con una subida de impuestos, con el paro, con la miseria de todos los recortes imaginables. A nosotros no hay quien nos rescate. Y no nos valen las apelaciones, las protestas, las algaradas. Para nosotros todo el peso de la Ley: el embargo, la cárcel, la calle, la pobreza y los palos.

A los ciudadanos no hay quien nos rescate. Somos irrescatables, carne de cañón que soporta todas las sangrías.

Nuestros impuestos no van a servir para mejorar nuestros servicios sociales, nuestra educación, nuestra cultura. Tampoco para mejorar nuestras infraestructuras. Nuestros impuestos están sirviendo para ayudar a los bancos que nos roban, para reflotar a las grandes a las grandes corporaciones financieras que no supieron gestionar nuestro dinero ni el suyo, que derrocharon los millones con la más absoluta indiferencia y todos los beneplácitos de la Administración. Nuestros políticos nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino. No hay dinero para lo más mínimo. Los ingresos son mucho menores y ahora todo se nos recorta. A veces lo que no se recorta se elimina de un plumazo.

Ministros y portavoces gubernamentales aparecen en los medios de comunicación como herederos de una pesada hipoteca y nos dicen que tenemos que pagar la factura del anterior gobierno. Pero jamás mencionan a los bancos, a quien propició la crisis inmobiliaria, a los estafadores, a los que echan a la calle a las familias, a los muchos protagonistas que derrocharon mucho más de lo que tenían, a toda esa pléyade de “faraones” que querían tener una pirámide en su pueblo aunque fuese una ruina absoluta.
Hoy tenemos grandes palacios de congresos sin congresos, aeropuertos sin pasajeros, estaciones de AVE sin viajeros, autopistas sin automóviles, auditorios sin audiencia ni programación y pabellones deportivos para las ratas. Cada faraón quería su pirámide para pasar a la historia. Cada político quería su pompa y su ceremonia. El dinero no importaba. Todo era posible con la ayuda de los bancos. Todos jugaban a ver quien la tenía más larga. Hasta en la más triste aldea se proyectaba un paraíso. Y los contratistas, por los beneficios que les reportaban tantas construcciones, cerraban los ojos y se frotaban las manos. Y los ciudadanos nos creíamos que estábamos en el país de las mil maravillas y soñábamos. Como los políticos, porque a poco que nos empujen, soñar es fácil. Y aferrados al sucio individualismo de que lo que es de todos no es de nadie, aplaudíamos o mirábamos para otro lado.

Ahora estamos aquí, ante la segunda estafa, que no es sino la prolongación de la que emprendieron los bancos y los políticos. Ahora el Gobierno nos vuelve a mentir diciéndonos que sólo hay dinero para los bancos, que la factura de esta crisis hemos de pagarla los ciudadanos, que contra lo previsto en su programa electoral, no han tenido más remedio que recortar nuestros servicios y prestaciones y subirnos los impuestos. Pero todas las palabras forman parte de la misma estafa. La misma que protege el gran fraude fiscal y a los banqueros. La misma estafa que echa una mano a los ladrones de las finanzas y un dogal al honrado que se ahoga.

Según algunos analistas con el rescate a  Bankia (23.500 millones de euros, más del 2% del PIB de España) se hubiera podido financiar  el 86% del ajuste fiscal que realizará el gobierno español durante 2012. La cifra supone  casi el doble de los ingresos que se recaudarán con el alza de impuestos aprobada por el ejecutivo para este año. Es además la mitad de lo que se recaudará en IVA durante 2012.

 Hay muchas opciones de lo que se podría haber hecho con este dinero y ninguna es moco de pavo. Se podrían subir un 20% las pensiones a todos los receptores. Se podría cubrir el 81,5% de las prestaciones de desempleo de los 5 millones de desempleados. Se podría aumentar en 18,5 veces el programa de becas atorgado por el gobierno. Se podría aumentar en un 280% el gasto en educación y sanidad. Se podría aumentar 25 veces la inversión en materia de cultura... Sin embargo, la ayuda a los malos gestores tuvo prioridad.


 Con la ayuda a los bancos, esos mismos que reciben préstamos de la UE al 1% para concedernos créditos al 5%, se hubiera podido paliar la situación de muchos pobres, pero como puede verse el dinero y la especulación están por encima de los ciudadanos.

Se habla de violencia en las manifestaciones, pero la verdadera violencia es ganar 400 euros y ser víctima del paro por la mala gestión. La violencia más cruenta es quedarse en la calle mientras los bancos hacen caja jugando sucio. La violencia pura y dura, pese a que todas las violencias son condenables no es gritar en la calle nuestro malestar social, sino que el sistema y el Estado te obliguen a pagar los platos rotos de los demás y te digan que te calles. La violencia más reprobable es ver como el Gobierno es títere de las grandes corporaciones financieras y de una Europa que parece estar constituida por sólo dos socios: Alemania y Francia. La violencia más absoluta es no tener donde trabajar ni qué comer. Y esa no la ha generado el ciudadano. Podemos pedir ayuda a lo más alto, pero nadie nos echará un salvavidas. El ciudadano que se hunde, se hunde sin más remedio. Como el Titanic. 

domingo, 14 de octubre de 2012

Presunción



El presidente Mariano Rajoy ha dado las gracias a los millones de españoles que no nos hemos manifestando y que, según él presupone, estamos de acuerdo con la política del gobierno. Sin duda este es un acto de presunción sin parangón. ¿Significa el silencio la aceptación? Quien calla,  otorga, parece decir el presidente, acogiéndose al refranero popular, pero a mi juicio, se equivoca.

El silencio es una actitud neutra en la que en absoluto está probada ni la conformidad ni el rechazo a su Gobierno. Buena parte de los españoles ya no cree en los políticos ni en las soluciones que ofrecen dentro de una economía hipotecada. No todo son multitudinarias manifestaciones en Madrid o en grandes ciudades. A través de los medios de comunicación, en centros públicos y privados uno puede ver y escuchar  miles de protestas individuales y con toda probabilidad estas también se dan en muchos  hogares y lugares y de todos ellos jamás tendremos noticia.

Los casi cinco millones de parados que hay en nuestro país no creo que anden precisamente dando saltos de alegría ni aplaudiendo al Estado, ni con este ni con el anterior Gobierno. Ni  los jubilados que han de pagar una parte de sus medicinas, ni los inmigrantes irregulares que tienen que abonar la sanidad de su bolsillo, ni los universitarios cuya matrícula ha subido de lo lindo, ni los miles de morosos y desahuciados que se ven acosados por las deudas, ni tantos y tantos ciudadanos que vemos como cada día nos recortan gastos en educación, sanidad, cultura y servicios sociales, mientras nos suben los impuestos.

El estado de bienestar se está convirtiendo en un estado de malestar para los ciudadanos. El Gobierno es probable que haga lo que mande  Olli Rehn, el comisario de Asuntos Económicos de la UE, que velará en todo momento para que España pague su deuda. Algunos españoles se manifiestan y otros no, pero es más que dudoso creer que hay una inmensa mayoría que apoya al Gobierno por el mero hecho de no manifestarse públicamente. El malestar está con nosotros, en las calles, dentro de nuestras casas y en todas partes y eso no se borra con una sonrisa en la tele y buenas palabras. La cruda realidad que nos toca vivir cada día es muy difícil de digerir y cualquiera que fuese el Gobierno que estuviese en el poder, tendría una inevitable merma en su valoración política. El  PP, según los sondeos, parece que no  es  menos.

El derecho a manifestarse es plenamente constitucional y ,con la que está cayendo, la ciudadanía no puede convertirse en un disciplinado rebaño. Las voces de protesta se han alzado y, con toda probabilidad, se seguirán alzando. Con los pies en el suelo, creo que nadie puede esperar otra cosa. La sumisión es propia de los tiempos de bonanza o cuando el miedo nos atenaza. Ninguno de estos dos supuestos se da en estos momentos y eso sin duda favorece una respuesta por parte de la sociedad,  aunque al presidente no le agrade.
A priori el señor Rajoy presupone demasiado en estos tiempos de crisis e incertidumbre. Y la presunción jamás es buena consejera, mucho menos ahora.

sábado, 18 de agosto de 2012

Bragas y libros



         El cartel es bien claro: por la compra de tres bragas, un libro de regalo. La oferta de lencería destaca entre la multitud de puestos callejeros por ser la única con pretensiones de incentivar la lectura.

Las subvenciones culturales no llegan o se suprimen, el IVA de los espectáculos casi se va a multiplicar por tres dentro de nada y el pueblo tira por la calle de en medio para promocionar la cultura a su manera. “Por la compra de tres bragas, un libro de regalo”. ¿Es la cultura de la entrepierna o la del absurdo?. Desde luego si es una de las asociaciones más estrambóticas que pueden darse. Lo próximo pueden ser pepinillos en vinagre y películas de cine o sujetadores y revistas. Es el nuevo surrealismo de esta España que están dejando en paños menores políticos y especuladores. Tanto monta, monta tanto. Es la España de chiste y pandereta que van pergeñando estos decadentes tiempos de crisis.

Las bragas, quizás en el fondo, son el sueño erótico de todo libro. Literatura e intimidad. Letras y encaje. Sentimientos y pasiones. Y colores y tallas y marcas. Lo que sirve para tapar  lo que hay más allá  de unas ingles femeninas y lo que se destapa  detrás de una cubierta. Una conexión perfecta en nuestra era del absurdo donde las tetas tiran más que las carretas y la política mucho más que la inteligencia, mientras grandes ideas se mueren sin patrocinadores. 

         Si la lectora carece de marca-páginas puede meter las bragas para saber por donde se quedó. Es el toque picante que puede darle una lectora a una novela sin erotismo. Si el compañero ve el cuadro tal vez piense que es la señal de una noche para la antología sexual. Descubrir que hay de verdad en esta suposición puede ser un ejercicio estimulante para el amor y el sexo

         Braguita a braguita las mujeres pueden hacerse con toda una biblioteca. Porque está muy claro: la cultura hay que extenderla, expandirla allende los mares, aunque sea a costa de llenar de lencería todos los cajones de la casa. Y con esta y otras ofertas similares las lectoras pueden aumentar un mil por cien.

         La cultura hay que regalarla porque son minoría los que la compran. Cualquier hija de vecina lleva unas bragas, pero no todas compran libros. El libro necesita un incentivo, un empujón, un gran premio y mucho marketing y si no, ahí se queda para vestir santos. Descatalogado, olvidado por centenares de novedades que  sepultan a los libros que ya no están de moda y no son los que corresponden al verano actual o a cualquier otra estación del año en curso.
La oferta de 3 x 1 es quizá la que muchas mujeres estaban esperando para lanzarse a leer. El pack de mercadillo que necesitaba para lanzarse a la piscina de la literatura, tal vez de la cultura cogida con pinzas. Porque los españoles, sobre todo en estos tiempos de crisis, somos devotos de la oferta, de las rebajas y los regalos. Todo nos viene de perlas si es gratis, aunque luego no lo utilicemos jamás.

Bragas de moda y libros olvidados. Actualidad y palabras dormidas. Nada es el olvido sin el presente, sin una fecha en el calendario sobre la que la moda se pase y el tiempo nos haga reírnos de ella y la desmemoria nos haga sepultar los viejos furores de temporada y hasta las hermosas palabras que un día leímos o escuchamos.

martes, 31 de julio de 2012

“HIERRO Y TIERRA” PRESENTADO EN LA LIBRERÍA RAFAEL ALBERTI DE MADRID


        
El pasado mes de julio presenté mi libro de relatos “Hierro y Tierra”en la librería Rafael Alberti, con relatos ambientados  en  la provincia de Albacete. En ella también han presentado autores de la talla de Jose Luis Sampedro, Mario Vargas Llosa, Alvaro Pombo, Bernardo Atxaga y otros muchos autores nacionales e internacionales de prestigio.

La verdad es que ser invitado por una librería emblemática de la capital de España puede seducir a cualquier escritor novel. Basta adentrarse en la  página web de la Alberti  para comprobar que en ella hay miles de títulos, especialmente de literatura y una agenda de encuentros cubierta para todo el año donde cada semana hay como mínimo una presentación, incluida la temporada estival.

La dueña de la librería Lola Larumbe, tras leer Hierro y Tierra manifestó que yo tengo “oficio”, lo que viene a significar que la obra posee calidad literaria. Posiblemente por eso  me  invitó a hacer una presentación del libro en la Alberti, lo que no deja de ser un reconocimiento literario que me ha pillado por sorpresa, y aunque sea con levedad, tal vez pueda servirme de algo en el futuro.

El escritor y publicista  David Torrejón, quien tiene varias novelas publicadas, ha colaborado en varias revistas y dirige "Anuncios", una publicación semanal para profesionales de la publicidad manifestó que le parece imprescindible que existan escritores como yo, "en la senda de Miguel Delibes, Aldecoa y de tantos otros que parecían no tener continuidad". Lo dijo y yo, probablemente, me sonrojé, porque creo que todavía me falta mucho para poderme siquiera comparar a ellos. Tal vez esté en la senda, pero muy al principio. 
David, que dejó el cierre de la edición de Anuncios para presentarme, que ya es de agradecer, clasificó los 23 relatos que componen "Hierro y Tierra" en cuatro bloques: cuentos de esperanza, cuentos de desesperanza, relatos con un punto de humor berlanguiano. Y por último, cuentos que no lo son , sino que son recuerdos propios o ajenos. Y en esta clasificación, en la que no me había parado a pensar, si que estuve de acuerdo plenamente.

Luego vinieron más flores: “la paciencia y el gusto por escuchar a quienes vivieron esos tiempos difíciles, mi  empatía o, lo que es lo mismo mi supuesta capacidad para ponerme en la piel de esos personajes de una pieza, tan ajenos muchas veces a mí”. Una empatía que, a su juicio, está teñida de un profundo amor, que se nota en cada palabra, en cada frase, en su opinión, incluso cuando hablo de personajes que nos producen más rechazo que otra cosa.  Con eso también estuve de acuerdo, porque creo que si uno no se pone en la piel de sus personajes estos nunca llegarán a emocionar, a atrapar al lector.

    Y siguió con que mi prosa  "alcanza unos niveles expresivos extraordinarios. Una intensidad a la que cualquier autor aspiraría" y ahí ya reventé de orgullo, pero desconfié de si no se habría pasado con el almíbar.

El acto reforzó mi ego y me envaneció –tal vez todas las presentaciones de lo que sea no son más que actos de vanidad.  Sin embargo, pese a todo, sé que no se puede perder el norte por un simple destello. Todo esto está muy bien para un escritor, pero hay que verlo con cierta distancia, con desapego, sin endiosarse. Porque, al día siguiente, el escritor se la juega de nuevo sobre el papel en blanco y no vale lo que escribió ayer, sino lo que ha vuelto a escribir y en empeño y la pasión que ha puesto en esa tarea. La gloria verdadera se escribe todos los días a base de trabajo y esfuerzo y las musas dependen casi al cien por cien de ellos. No hay magia en esto de escribir. Ha de haber un mínimo de vocación y capacidad, pero lo demás es sudoración y posiblemente es el porcentaje más alto.
Los fastos se olvidan en cuestión de horas y el escritor, como cualquier profesional, ha de estar de nuevo ahí para darlo todo. El que piense lo contrario va de cráneo.
Después de esta elogiosa presentación, con seguridad la mejor que hasta ahora han hecho de “Hierro y Tierra”, vinieron las citas del libro. Tras ellas llegó mi turno. Recordé muchos de los personajes que aparecen en el volumen, además de hacer una encendida defensa de la gente corriente y de las personas sencillas y honradas que, como muchos de mis personajes, son las más necesarias y  las que de verdad sacan adelante el país.

El acto concluyó con un vino de honor (blanco Macabeo fermentado en barrica de la cooperativa Nuestra Señora de la Cabeza de Casas Ibáñez) y  queso, manchego, no podía ser menos  El público, entre los que se encontraban oriundos de Casas Ibáñez y la comarca, además de otros manchegos y madrileños  aplaudió el acto y me animó a seguir promocionando este libro y escribiendo. En buena parte para darles las gracias a todos ellos escribo estas líneas. Es lo mínimo que merecen mis lectores.


PD. “Hierro y Tierra” puede encontrarse en las librerías de Albacete (Popular, Sanz, Biblos, Universitaria, Sarraz y  Herso), de Casas Ibáñez (Goval, Chacón y Casablanca), así como en Madrid (Rafael Alberti y Miraguano), en Zaragoza (hipermercados y librerías), así como en el domicilio del propio autor (C/ Huerta, 30 de Casas Ibáñez, Albacete)

Donde dije digo


                                    

 (Artículo de rectificación sobre el titulado “Historia de una foto”, publicado en este blog hace un mes)

Dicen que rectificar es de sabios. Y aunque no es mi estilo dármelas de sabio, y mucho menos en este caso, es de justicia hacer que la verdad resplandezca cuando todavía se puede.  Escribo este nuevo artículo para rectificar y exponer los datos reales a cerca de Rafael  y Francisca, fallecidos hace años, pero en su día vecinos de Casas Ibáñez y a los que mencionaba en mi anterior artículo. Como recordarán en él comentaba la instantánea de un grupo de ibañeses  sobre “La piedra de las cuatro onzas”, foto que utilicé para la portada de mi libro “Hierro y Tierra”, de venta en las librerías de Casas Ibáñez y Albacete. La información de estos datos me ha sido facilitada por los familiares de Francisca y Rafael, quienes, al igual que yo, queremos desmentir los que, erróneamente, me facilitó María Tolosa.  En síntesis son los siguientes:

1-     La imagen no corresponde a una boda, sino que se encuadra dentro de las fiestas del Cristo, que se celebra en Casas Ibáñez  a finales de septiembre. El año se desconoce con exactitud, pero todo apunta a que se trata del año 1941, cuando Rafael y Francisca solamente eran novios.

2-     La niña que sostiene en brazos la pareja es una sobrina de Rafael.

3-     Rafael y Francisca se casaron una única vez  y por la Iglesia el 7 de mayo de 1943, como así lo acredita el acta archivada en el Registro Civil de Casas Ibáñez.

4-     Fruto de ese matrimonio nacieron cinco hijos. En 1944 el  primogénito, Juan Miguel. En 1946, su hermana Consuelo y el resto en fechas posteriores.

5-     Del padre de Rafael nunca se supo y la familia no tuvo  constancia alguna de su muerte y paradero ni durante la guerra civil ni después de ella.

6-     La huerta de La Tola nunca fue propiedad de la familia.

7-     Las cartillas de racionamiento a las que hace alusión el artículo no tuvieron nada que ver con la boda.

8-     En mi libro, “Hierro y Tierra”, con relatos ambientados en Casas Ibáñez, no se hace alusión directa o indirecta a la imagen de la portada en ninguno de los 23 relatos que integran el volumen.


Desde estas páginas pido disculpas a la familia por no contrastar la información y dejarme llevar por una única fuente a la hora de redactar el artículo, del que también he sido víctima.

Desconocía entonces y desconozco también ahora los distintos domicilios de los familiares. Además carezco del tiempo y de los medios necesarios para ofrecer artículos históricos y de investigación de carácter profesional.

Al mismo tiempo le reitero a la familia que en ningún momento he tenido intención alguna en dañar su imagen empleando datos falsos que alteren la realidad. Para mí el principio periodístico de veracidad sigue siendo sagrado. Por desgracia,   a diario se vierten informaciones falsas, intencionadas o no,  en medios de comunicación nacionales e internacionales. Lo que nos demuestra que el ser humano, por su propia naturaleza e incontables razones, es dueño tanto de mentiras y ficciones, como de verdades y realidades.

jueves, 7 de junio de 2012

Facturas de conciencia




Llega hasta mí un correo  en el que se cuenta que hay autonomías en las que se está entregando, o se va a entregar, una factura "informativa" del coste que ha supuesto nuestra visita al médico, de la asistencia que recibamos en Urgencias, de la intervención quirúrgica que hemos sufrido o de cualquier gasto que ocasionemos por ponernos enfermos. Todo ello con  la "sana" intención de que tomemos conciencia de lo que cuesta atendernos, aunque seamos nosotros mismos, con nuestros impuestos y cotizaciones los que pagamos.
El texto, que no tiene desperdicio, continua con una propuesta que se hace  extensiva  y, que mi juicio debería aplicarse  con urgencia a todos los cargos públicos. 
YO PROPONGO QUE: Cada vez que el rey, el presidente del gobierno, el ministro, el presidente de comunidad autónoma, el diputado, el senador, el presidente de la diputación, el alcalde, etc. etc. etc, se suba a su coche oficial, se le entregue la factura. Cuando visite centros de mayores o colegios, engalanados especialmente para su visita, que le entreguen la factura. Cuando asista a la multitud de fiestas, recepciones, comilonas, que se organizan por cualquier cosa, que le entreguen la factura. Cuando se suba en trenes o aviones para viajar en clase especial, que le entreguen la factura. Cuando al empezar la legislatura le entreguen un ipad y un teléfono última generación, que le entreguen la factura. Cuando utilice el teléfono y la conexión a Internet y llegue fin de mes, que le entreguen la factura. Cuando le hagan una magnífica aportación todos los meses para un magnífico plan de pensiones, que le entreguen la factura. Todo ello, claro, con la única intención de que "tomen conciencia" de lo que nos cuesta a los ciudadanos mantener tantos cargos públicos".

         A esta propuesta yo añadiría otra. La de que, todas estas facturas nos las volvieran a reenviar a los ciudadanos para que comprobásemos, con los datos en la mano, que todo eso que  para nosotros se traduce en privaciones, para los políticos y altos cargos de nuestro gobierno equivale a gastar lo que haga falta y mucho más.
         Y puestos a proponer, propondría que sus dietas y gastos los pusieran de su bolsillo hasta que la Administración correspondiente, tal y como ha ocurrido en toda España con miles de proveedores y trabajadores, les devolviera ese dinero al cabo de un año o dos o los que fuera necesario. Para que tomaran conciencia de lo que es sufrir y disfrutaran de la noble virtud de la paciencia. Y propondría que se suprimiesen los decretos leyes y se sometieran a referéndum cuestiones de calado que afectan a toda la ciudadanía, para que la democracia hiciera honor a su nombre y no se convirtiera en lo que hoy es. Y propondría que hubiera una Ley de Transparencia para todos los cargos públicos y  quienes la incumpliesen  estuvieran vetados para siempre para ejercer en ellos.
Al parecer tenemos EL DOBLE de políticos que el segundo país con más políticos de Europa (Italia). Tenemos 300.000 políticos más que Alemania ¡con la mitad de población! Además, Alemania está mucho más descentralizada que España. Alemania cuenta con 6 niveles administrativos (Estado - Länder- Regiones Administrativas - Distritos - Mancomunidadades -Municipios) y España sólo con 4 (Estado - Comunidad Autónoma -Provincia - Municipio). Según cuentan hay  445.568 políticos en España (Año 2.011). Lo que no es moco de pavo, ya que suman más que todos los médicos, policías y bomberos de España juntos (165.967 médicos, 154.000 policías, 19.854 bomberos). Y todo este ejército, anárquico y burócrata, todo este gallinero revuelto, a menudo con más apego al cargo que al trabajo, ni vela por nuestra salud, ni arriesga su vida por salvarnos, sino que, como estamos viendo cada día, nos hace la puñeta. Y como ejemplo más cercano me remito al actual Gobierno que ha subido los impuestos a los ciudadanos y luego ha decretado la amnistía fiscal a las grandes fortunas y el dinero negro, que ayuda a los bancos y recorta prestaciones sociales a los más pobres y que, como es el caso de Castilla-La Mancha, a pesar de la crisis, no duda en subir los sueldos de los altos cargos de la Junta mientras lo rebaja al resto de funcionarios. ¿Para eso queremos cerca de medio millón de políticos?. Por cierto, ¿sabía usted que un diputado español cobra 2813 euros y a que a ese sueldo se le añaden gastos de representación y de libre disposición, indemnizaciones, transporte, dietas y comunicaciones, pudiendo doblar y  triplicar este sueldo?
Creo que va siendo hora que esas facturas de conciencia que han empezado a llegar, se hagan extensivas a los políticos. ¿Hemos de suponer que ellos no tienen conciencia?. ¿Quizás hemos de fiarnos hasta las trancas de sus buenas palabras y no hacer caso de sus mentiras, corrupciones y elevados sueldos, en un país cuyo salario mínimo no llega a los 700 euros, y está plagado de mileuristas?. Resulta curioso ver como la clase política aplica a los ciudadanos una toma de conciencia que para sí misma no ejerce. Mal vamos cuando el Gobierno considera que no debe hacer ningún exámen de conciencia y solo les corresponde hacerlo a los demás.  Sin esa necesaria autocrítica, difícil será que los valoremos.
 Señores del Gobierno, mejor empiecen por mandarse sus propias facturas y, de paso nos las envían a los ciudadanos. Prediquen con el ejemplo. Después podríamos hablar. Que yo sepa nadie va al médico ni se opera porque si.




 
 

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El rey del aparador





domingo, 6 de mayo de 2012

Llueve

Después de tres semanas de viento y sol , llueve. Mansamente, sin prisa, como la oveja que pasta al final del día, como el arroyo que fluye pendiente abajo.

    Escucho las gotas chocando contra el tejado de chapa y siento un anhelo de satisfacción frente al campo sediento . Por un instante el verde de la cebada se me antoja más vivaz. Y las flores más alegres y los árboles más hermosos, y la tierra toda menos árida y más agradecida. El campo tal vez  ahora es un enfermo que toma un caldo después de muchos días de ayuno.

    Llueve. Llueve con parsimonia. Llueve esperanza sobre el campo. La vida se hace más vida. La primavera más primavera y uno siente que algo renace, que en las yemas de los árboles y las cepas sucumbe el espíritu agreste de un invierno seco, que los brotes crecerán más y más hacia el cielo. Estamos apegados a la tierra, pero siempre miramos hacia el cielo.

    Llueve en medio del silencio. Llueve mientras crepita el fuego. Después de dos meses sin llover, casi es un acontecimiento. Y la novedad siembra la esperanza. Habrá cosecha. Habrá alegría y los campesinos bailarán contentos.

    Miro caer la lluvia, como tonto. Veo como, poco a poco, se van formando los charcos y discurre el agua calle abajo. Y pienso que hay algo de magia en la  lluvia. Es una bendición. Es una música de la naturaleza. Es un llanto alegre. Es un hontanar de vida.

    Si lloviese todos los días la lluvia sería molesta, odiosa. El barro nos anclaría los pies, nos agrisaríamos como las nubes  y todo nos parecería oscuro y sombrío. Pero aquí solo llueve muy de cuando en cuando y,  hoy, encallados en la sequía, la lluvia se torna el hijo pródigo que vuelve a casa, el maná que cae del cielo.

    La carencia pare la mayor felicidad. La larga ausencia provoca el mejor de los reencuentros. El placer inmenso estalla después  de un prolongado deseo. Y, del  mismo modo, la ansiada lluvia es oro líquido sobre la tierra enjuta, sobre el gasón áspero, sobre las grietas resecas de la tierra.

    Llueve y pronto la tierra será otra. Crecerá la hierba, los tallos de los árboles se harán ramas, de las matas de trigo y cebada brotarán espigas y los campos ondearán como un mar verde a merced del viento. Las amapolas se vestirán de rojo. Y el campo azaroso será la tierra nunca prometida porque en él nunca hay promesas ni sirven las predicciones. Y tampoco hay profetas que anuncien paraísos y verdes frondas.

    El campo es un tahúr que mira el cielo todo el tiempo. Y cuando tira los dados nunca sabe los dones que podrá engendrar. Y el campesino es un títere que danza a su albur, incapaz de dominar los caprichos del azar y la naturaleza. Es el hijo que sufre las veleidades de una madre loca.

    De repente deja de llover. Se retiran las nubes y en el azul limpio del cielo aparece un sol resplandeciente que todo lo deslumbra. Y, tal como vino, la lluvia se va. Mansa, débil. Así, hasta que hace una pausa y continua unos segundos y, finalmente, se extingue.

    Junto al rojo fuego, en silencio, me pregunto qué ignoto día lloverá de nuevo.


viernes, 6 de abril de 2012

Jamás podré olvidarlo

La enfermera dijo: le está fallando el corazón. Estaba inquieto, fatigoso. Y yo le observaba, insomne. Luego se calmó. Se calmó tanto que dejó de moverse. ¿Dormía? Como una ráfaga presentí la tragedia y, desolado, lo zarandeé. Estaba tranquilo, estaba… muerto.
    Había visto muchas veces morir a la gente en el cine, en la tele. Había visto morir al malo de la película y también al bueno,  a niños inocentes y soldados en mil batallas. Y hasta despedirse de este mundo a amantes en los brazos de sus enamoradas. Muchas veces lloré por ellos. Pero todos estaban al otro lado de una pantalla y morían sin morir. Y aparecían de nuevo otro día, en otra película, en otro papel, resucitados, eternos, como si el tiempo no fuera con ellos.
Aquél día la escena no formaba parte de ningún rodaje. No había cámaras ni focos ni micrófonos. Él murió de verdad. No se trataba de un actor, de un entrañable personaje, tampoco de un desconocido lejano. Era mi padre y aquello no era ninguna película.

Mañana

    “Hasta mañana”, nos dijimos con un beso. Al día siguiente, cargado de deseo, a nuestra hora, la aguardé dos horas en la cafetería de siempre y no apareció.
Renegué de ella, de  mis ilusiones por compartir mi vida junto a la suya, de su falta de su valor por  no separarse de su marido y vivir conmigo.
 Después de un mes, he descubierto que aquel mismo día, cuando corría a la cafetería, fue atropellada por un automóvil y murió. 
Entre lágrimas rememoro mi espera aquella tarde. Como  a través de un cristal empañado, recuerdo una ambulancia y un cuerpo cubierto.
Ha habido un accidente,  dijo alguien. Pero no me importó y seguí esperando inútilmente. La muerte era cosa de otros.
La telefoneé mil veces sin obtener respuesta. Volví muchas veces más a la cafetería. Y sólo me quedó el deseo incumplido: “mañana”.  Una palabra desvanecida en el aire de la tarde, como la hoja de un árbol arrastrada por el viento, frágil, volátil y breve.
Y hoy me pregunto por qué los sueños son eternos mientras el tiempo es tan efímero. Por qué la vida es un suspiro mientras la muerte no tiene edad. Por qué no aprendemos que apenas somos un instante y no coseguimos zafarnos de esta sed de eternidad.
Somos provisionales y estamos de paso,  pero para sobrevivir, vamos de eternos. Mañana sólo es un deseo. Nadie sabe si se cumplirá.

domingo, 26 de febrero de 2012

¿Estamos muertos?

Todos los días escuchamos de nuestros políticos  la misma letanía: estamos en crisis y los ciudadanos tenemos que apretarnos  el  cinturón. Pero lo cierto es que sus señorías, próceres de la patria, no se enteran de la crisis porque con ellos no va. Mientras  el salario mínimo de un trabajador es  de 624 €/mes, el de un diputado es de 3.996 y puede  llegar, con dietas y otras prebendas, a 6.500 €/mes. Eso amén de una amplia lista de motivos que  pueden agregarse.  Los ciudadanos tenemos que  cotizar 35 años para percibir una jubilación. A los diputados les basta  con siete, y  los miembros del gobierno, para cobrar la pensión máxima, sólo necesitan jurar el cargo.
Al ciudadano se le despide por la vía rápida, a los ministros, secretarios de estado y altos cargos de la política, cuando cesan,  pueden legalmente percibir dos salarios del erario público. Mientras el salario mínimo o las pensiones apenas suben de un año para otro , los políticos se suben sus retribuciones en el porcentaje que les apetece, siempre por unanimidad, por supuesto, y al inicio de la legislatura. Mientras el gobierno da miles de millones de euros a la banca que solo han servido para aumentar los beneficios de sus accionistas y directivos, en vez de facilitar el crédito a las familias y a las empresas, a quienes no pueden pagar su hipoteca se les echa a la calle. Mientras en esta época de crisis los políticos se congelan el sueldo o, como mucho  se desprenden de unas migajas de sus nóminas, a los parados se les retira la ayuda de 420 euros. Mientras a los funcionarios  se les pide que trabajen dos horas y media más a la semana, los diputados disfrutan de tres meses de vacaciones y, cuando los indignados se echaron a la calle, sus señorías se redujeron el trabajo hasta llegar a sólo 36 horas al mes de sesiones plenarias. Y todo con el añadido de que muchos de los diputados y senadores no asisten a muchas de estas  sesiones y sin que al parecer exista sanción alguna por ello.
A los funcionarios se les exige saber una serie de temas y se someten a duras  pruebas de aptitud cuando se presentan a una oposición. A los políticos se les abre la puerta sin siquiera hacerles un test. Al parecer todo vale en política.
    Mientras hay Administraciones Públicas que hacen el mismo cometido y duplican el papeleo, mientras se crean organismos, asesores de confianza y puestos a dedo con sueldazos a cargo del erario público, a los funcionarios de valía se les relega y despide. Mientras, gobierne quien gobierne, se deja manga ancha a las empresas de telefonía y de ADSL, que ofrecen los servicios más caros de Europa y de peor calidad, a los proveedores de las administraciones se les deja de pagar y se provoca su ruina. Cuando los gobiernos se venden a las grandes corporaciones financieras y multinacionales y acatan sus dictados y nos llevan donde nos llevan. Cuando todo esto está pasando, pedir sacrificios al ciudadano, es una absoluta inmoralidad.
 Señorías, prediquen ustedes con el ejemplo. Hagan de la vida política algo más honesto y entonces les creeremos.  Hay muchas decisiones políticas que ustedes deberían haber adoptado hace mucho tiempo para reducir  sus flagrantes privilegios y seguir teniendo credibilidad entre los ciudadanos. Pero no lo han hecho y, hoy por hoy, sus palabras siguen sonando  tan huecas como siempre.
    Somos capaces de llenar  estadios para ver un partido de  fútbol. La juventud  abarrota las plazas para asistir a los grandes conciertos. Agotamos las localidades para eventos multitudinarios, pero cuando se trata de reivindicar causas justas o de  quejarnos de cómo nos tratan los políticos, apenas hay un puñado de personas que salen a la calle. Ya no hay indignados en las plazas, pero  nuestra indignación crece y la clase política sigue sin reaccionar  ¿Estamos muertos?.¿Somos imbéciles?. ¿Cómo es posible que sigamos como si nada sucediera?.  ¿Cómo podemos seguir votando y aguantando carros y carretas?. ¿Cómo es posible que admitamos la indecencia como algo normal?. ¿Cómo no habrá quien siga el ejemplo de los políticos y lo incorpore a su vida diaria?. 
Sufrimos en carne propia mil atropellos. Nos quejamos de la carestía de la vida en el salón de casa. Comentamos con la familia o los amigos las diarias injusticias. Exigimos que nos devuelvan el cambio exacto cuando vamos de compras. Pero cuando los políticos nos engañan y nos  dan el cambiazo, cuando la corrupción estalla, cuando nos estafan a lo grande. Cuando por su culpa millones de personas van al paro o se quedan en la calle y la educación y la sanidad se degradan, la inmensa mayoría se calla como muertos porque cree que es imposible desmontar la indecencia institucionalizada de nuestros gobernantes .
    Pero, lo  vergonzoso no es el bochorno de estas injusticias, que lo es. Lo que de verdad clama al cielo es el silencio del  ciudadano. El que lleguemos a  admitir que ésta es una enfermedad crónica que tenemos que soportar porque no existe remedio alguno para combatirla. Lo más triste de todo es creer que lo normal es que nos pisoteen, que nos zarandeen y manejen a su antojo, como si esto fuera parte de las reglas de la democracia. La vergüenza más grande de todas las vergüenzas es contemplar la suciedad y la injusticia de nuestros políticos y sentarla  a nuestra mesa, como un invitado más.
Ya nos moriremos otro día. Hoy estamos vivos y, si tenemos sangre en las venas, debemos actuar. Consigamos firmas para lograr un proyecto de ley que  elimine los privilegios de los políticos. Ellos no lo van a hacer.


M.P.

domingo, 19 de febrero de 2012

Vista cansada

Vista cansada. Cansada de no ver lo que quiere ver. Cansada de mirar con desgana lo mismo de siempre. Cansada de ver lo que se ve sin querer mirar. Cansada de la fealdad del mundo. Cansada de la injusticia y el horror. Cansada de la muerte, siempre vecina. Cansada de cansarse.

El oftalmólogo me pregunta la edad y me da su veredicto después de acercarme las lentes: vista cansada. ¿Cansada de qué?. No he visto ni el 99% de todo lo que hay que ver en el mundo, no conozco el infierno ni el paraíso, pero la vista ya está cansada. La vista ya se ha doblegado ante todo lo que debe ser mirado y amado, ante todo lo que puede admirarse, odiarse y rechazarse. ¿Estará cansada de no ver?. ¿Estará cansada de no amar?. Los ojos también aman porque ellos son los primeros que nos hacen sentir, el filtro de todas las cosas. Y a través suyo interpretamos el mundo. Y queremos y odiamos y nos cegamos de ambición, de todo, de nada.  
   
      Los ojos son vagos, a media vida sienten la derrota y necesitan la ayuda de unos lentes para ver las cosas como son. Tal vez no queremos verlas así. A lo mejor los ojos van persiguiendo sueños que nunca encuentran y se cansan por eso, por no encontrarlos.

    En el fondo uno sólo ve lo  que quiere ver y sólo tiene ojos para su ego. Miramos a nuestros hijos, a nuestra casa, a nuestros amigos y seguimos por la misma senda de todos los días y lo demás no existe. Miramos para otro lado cuando lo vemos. Cerramos los ojos para no verlo. Somos como mulas con anteojeras que sólo miran el surco que aran, el camino que andan, esa estrecha franja de tierra que marcan con sus patas. Ese otro  mundo está  ahí, pero nuestra vista es corta y no podemos o no queremos alcanzarlo. No nos pertenece. Es de otros. Está más allá de la frontera Y esa mirada selectiva nos hace ver el mundo mutilado, como quien mira a través de un agujero.

    Vista cansada, ojos marchitos, como flores bajo el sol de agosto. Ojos como tizones, asomados a un mundo fragmentario por  la débil luz de una brasa.

    El oftalmólogo me planta esos aros metálicos y va cambiando de cristales y me pregunta ¿Mejor o peor?. Si fuera tan fácil ponernos un simple cristal para cambiar el mundo... Pero no, el mundo no podemos cambiarlo porque nosotros no cambiamos, porque somos los seres injustos y egoístas de todos los días.
    Delante del cristal del televisor interpretamos el mundo. Pero ese mundo en pocas ocasiones se corresponde con la realidad. Siempre es la interpretación de la interpretación, una de los millones de formas de ver la realidad. Porque, queramos o no, siempre hay un cristal que nos separa,  cuando no un muro para no dejar ver lo que no interesa. Y la verdad, como el color,  no existe. Todo depende de la luz, de lo que somos, de nuestra forma de ver la realidad. Creemos que las cosas son como son, pero solo hay maneras de pintarla y retratarla. Esa es nuestra única verdad.
Cristales y más cristales con los que creemos ver mejor o peor. Pero con los que no abandonamos nuestra miopía, ese estrabismo que nos hace ver las cosas cambiadas sin estarlo, ese astigmatismo que nos hace verlo todo difuso. Cristales y más cristales para tratar de ver hasta la misma entraña de las cosas, pero con la voluntad rendida a nuestro ego para ver siempre a nuestro modo y manera.
Queremos verlo todo, como dioses visionarios, pero cada cual estamos anclados en nuestra propia angostura y apenas vemos un poco más allá de nuestras narices, con toda clases de barnices. La transparencia absoluta no existe, es solo una utopía que siempre está un paso más allá de nosotros. Todo son matices, ángulos, visiones  y hasta deformaciones. Y al final, nuestros ojos se cansan de ver el mundo y el mundo, quizás también se cansa de nosotros. El correr del tiempo, ni que decir tiene, es un continuo manantial de cansancio.


M. P.  

Camino del azar

María tenía unos ojos azules preciosos y olía a mar y azahar. A menudo me llevaba a una cala escondida, mientras la espuma de las olas rompía  contra las rocas. Me miraba con afán, persiguiendo resolver el misterio de los sentimientos. Su pelo rubio acariciaba mi piel de pergamino. Sus manos de seda, me tocaban y me estremecían. Pero no podía emocionarme. Soy incapaz de sentir, de amar. Tan solo sueño.
Cuando el sol estaba alto nos refugiábamos bajo una sombrilla.Yo estaba a merced de sus manos hasta que el sol caía sobre el horizonte. María me miraba en silencio y yo, en silencio, sentía que  hablaba a través de sus ojos.
En ocasiones le hice reír y eso me halagó profundamente. Pero  también la entristecí y dejó caer algunas lágrimas  sobre mi y ya no supe si me quería o me odiaba.
Un día nuestro idilio se acabó junto al malecón donde nos conocimos. Yo me quedé allí. Quieto, mudo, sin ojos para llorar ni boca para gritar su nombre, mientras María se alejaba sin volver la vista atrás.
 De una manera u otra todo concluye y el voluble corazón humano salta, cae, trepa y,  sobre todo, olvida.
 Pronto, en el malecón, por puro azar, conocí a Gloria, una joven con la que emprendí un largo viaje a Finlandia, donde me enseñó lo que era el frío y las montañas, los lagos y los bosques nevados. Pasamos nuestros mejores momentos junto al fuego, en una acogedora cabaña. Pero Gloria también me dejó.
Por puro azar y afán viajero, me fui a Groenlandia. Allí me hice amigo de un simpático inuit, que me albergó en su iglú. A veces me miraba de reojo, pero las más,  me abandonaba. Me gustaba su forma de sonreír y también los grandes icebers azulados que navegaban a la deriva. Pero ambos hablábamos lenguajes diferentes y jamás nos entendimos.
De nuevo solo, el azar volvió a cruzarse en mi camino y me fui en avión a Nueva York con Fanny, toda una mujer. Pasaba todo su tiempo libre conmigo. Recuerdo sobre todo los días que  fuimos a Central Park y lo pasamos en grande. Fue alguien muy especial para mí.. Sus ojos negros tenían una mirada dulce y apasionada. La cascada de su melena,  me dejaba como recuerdo alguno de sus largos cabellos. Pero, a pesar de los muchos momentos de felicidad  juntos, desde el primer instante supe que aquella amistad también sería efímera y se diluiría con el paso del tiempo. El azar regía mi vida. Había sido así siempre y así seguiría.
Algunas personas creen que pueden forjar su vida con la fuerza de su empeño. Sin embargo, es el azar quien decide por ellos. Encontrar a la persona que quieren o trabajar en lo que les gusta, a menudo depende de tomar un camino u otro, de la casualidad, de estar en el lugar y en el momento oportunos.
Muchos se sienten capitanes de su barco. Pero el barco que tripulan no es suyo, es del ancho mundo que los rodea, y aunque bregan al timón, es el azar quien dirige el rumbo de su destino.
Un día Fanny desapareció de mi vida y me quedé solo de nuevo. Aguardando otras manos, otros ojos, otros azares que me llevaran por el inmenso mundo. Pero a veces el mundo  también es un pañuelo.
Cansado de esperar en  un banco, me reencontré con mi padre después de quince años. Sus manos exhibían las pequeñas manchas de la edad y su pelo era muy cano. Me abrazó con ternura contra su pecho. Miró mi portada desgastada por los lectores. Acarició mi lomo, como si  fuese aquel perro suyo que anduvo meses perdido y, por azar, logró encontrar. Miró la foto de la cubierta, el título, su nombre en letras de imprenta. Entusiasmado, como si hubiera encontrado un tesoro. Pero solo era yo, su libro. El mismo libro que, obsesionado, escribió durante meses. Con la errata en la penúltima página. Con las mismas frases que, paciente, escribió y enmendó cuando era más joven. Palabras viajeras que habían hecho soñar, sonreír, llorar y amar.
Me hojeó: me quería. Pero no me llevó con él. Me abandonó en el banco del parque. El azar debía seguir su camino.

Víctimas y verdugos

“No hay dinero”. Sin duda es la frase más repetida en estos tiempos de crisis. Cada día que pisamos el suelo algo se desmorona y nos muestra el desolador panorama de ruina y miseria de una crisis que crece con el paso de los días. Nóminas que no pueden pagarse, despidos, cierre de negocios, desahucios, quiebras, subvenciones que no llegan, administraciones que no pagan por falta de efectivo, centros públicos sin dinero para calefacción. La lista es interminable. No necesito recordar lo que a diario sufrimos en nuestras propias carnes. Pero, ¿cuándo y quien propició este desastre?. Haciendo memoria uno recuerda que fueron los bancos los que nos metieron en este desaguisado con sus hipotecas basura. Y del mismo modo vuelvo a recordar que, como inmerecido premio, los bancos fueron ayudados por el Estado con sustanciosas sumas para que el crédito fluyera, sin que de nada haya servido. Hace poco, el Banco Central Europeo ha vuelto a conceder otra buena inyección de dinero con el mismo propósito. Los gobiernos jamás estuvieron tan unidos a esta banca de la especulación y el desvarío, ni se mostraron tan solidarios con ella. Y de la misma forma nunca fueron tan injustos con sus víctimas que ahora pagamos los platos rotos de nuestros verdugos. Sin ir más lejos, según dicen, en España hay 300 desahucios diarios a familias que no pueden pagar la hipoteca de su vivienda.
    Hasta hace cuatro días los próceres de la patria construían  aeropuertos sin licencia de vuelo ni aviones allí donde no hacía ninguna falta. Daban alas a la especulación inmobiliaria y bancaria. Se ganaban  honores con obras faraónicas inútiles. Dilapidaban  fortunas en construir estadios de lujo, ciudades deportivas, villas olímpicas y exposiciones de grandeza efímera. Creaban  fundaciones fantasma  para colocar millones de euros en paraísos fiscales. Hoy no hay dinero para lo más elemental, sobre todo para los de a pié.
Hasta anteayer amiguísimos de quienes hoy gobiernan les “tocaba” la lotería un año si y otro también para blanquear sus fraudes y, en sonados casos, el dinero público servía para adquirir mansiones millonarias, yates y  hasta cocaína, mientras políticos de toda condición se afanaban en barrer  la miseria de un lado a otro para inaugurar eventos repletos de absurdo y despilfarro y, de paso dar mayor brillo, a sí mismos y a una élite social.
Hoy no hay dinero y no es de extrañar. Con aquellos mimbres hoy tenemos este cesto. Ahora, como emperadores plenipotenciarios, nos dicen con toda la geta que no hay dinero, que la culpa es del PSOE, como si el PP en las comunidades donde gobernó  (Madrid, Comunidad Valenciana, etc) no hubiera encabezado la lista del endeudamiento . No hay dinero porque se derrochó a manos llenas, porque se gestionó mal, porque pinchó la burbuja inmobiliaria y los especuladores y el poder que les apoyó arruinaron ó a millones de ciudadanos.
 No importó lo suficiente, y menos parece importar ahora, mejorar la educación pública, la cultura, la sanidad, los servicios sociales.
    A cambio los próceres de la patria construyeron una línea de tren supermillonaria en la que viajaron una media de ocho personas al día y que hubo que cerrar. En lugar de invertir más en cuestiones básicas, estas ilustres cabezas pensantes que se emborrachan hablando de desarrollo sostenible y progreso se dijeron: hagamos centros de exposiciones esperpénticos. Creemos infraestructuras megalómanas de nula utilidad. Gastémonos todo eso de lo que privamos a los más pobres en obras faraónicas, en despropósitos que dejen huella. Metamos la corrupción debajo de la alfombra. Permitamos la especulación urbanística y las estafas millonarias, porque la Ley solo es igual para todos en los discursos reales de Navidad. En el vivir de cada día, los pobres van a la cárcel y los sinvergüenzas poderosos se pasean por la calle mientras un prestigioso  bufete de abogados hace lo negro blanco. 
    Ahora no hay dinero para pagar la calefacción en los centros de enseñanza. Los universitarios van a las aulas con mantas, los ayuntamientos deben la luz, el teléfono y algunos no pueden pagar a sus  empleados. Los servicios sociales no cobran y muchos de sus programas para personas necesitadas ya no se llevan a cabo.
Nosotros, los ciudadanos de a pie, somos quienes estamos pagando esta crisis. Los bancos sólo obtienen menos beneficios. Sin embargo a los bancos se les ayuda y a los ciudadanos se nos castiga. Hasta hace dos días los directivos de bancos con participación pública ganaban nóminas astronómicas, aunque la entidades que presidían  tuvieran pérdidas millonarias - ahora podrán seguir cobrando hasta 600.000 euros anuales de nada. A los ciudadanos que no pueden pagar su hipoteca se les pone en la calle y, a todos en general, nos dicen que tenemos que apretarnos el cinturón, aunque muchos hace tiempo que se han quedado sin pantalones. 
Hoy España cuenta con 10 millones de pobres y hay cientos de  miles de desahuciados que viven donde pueden. Sin embargo, los ricos son más ricos y ha aumentado el consumo de productos de lujo. Curiosa paradoja en un país a punto de entrar en recesión.
“Algo malo va a pasar”, dicen algunos, sin querer reconocer que  la lamentable realidad que nos abruma ya es parte de nuestra desgracia y, probablemente, corresponde a una larga enfermedad. Y esa enfermedad tiene su etiología en la especulación del poder económico y financiero, en la inmoralidad política, en la corrupción macroeconómica, en el desprecio por los valores, en la injusticia.
Ahora, cuando medio mundo se tambalea, el miedo planea sobre nosotros y también la indignación y los ciudadanos asistimos al triste espectáculo de ver como a los verdugos se les cuelgan medallas mientras a las víctimas las despiden de sus trabajos y las echan de sus casas. Con sinceridad,  no nos merecemos esto. 



                                          M. Picó

domingo, 12 de febrero de 2012

Agencias de calificación: las cajas de Pandora

Antaño se decía que Dios estaba con nosotros cuando la fortuna nos sonreía o algún asunto venía rodado. Hoy la expresión está en desuso. Algunos piensan que la causa es que ya no somos tan católicos como antes. Otros en cambio lo achacan a que  con la crisis en la que estamos,  Dios se ha largado con viento fresco.
De un modo o de otro, e incluso de ninguno de los dos, en el siglo XXI, Dios es otro y se ha hecho carne entre nosotros a través de las agencias de calificación de riesgos, quienes no cesan de redactar informes y abrir su particular caja de Pandora, con toda clase de truenos y malos augurios.
En esta era de certificaciones, actas notariales, acreditaciones, peritos, polígrafos y sueros de la verdad, en donde nuestra mayor certeza es la posibilidad de perderlo todo, estas diosas capaces de valorar los riesgos de las finanzas ajenas se han convertido en los gurús que evalúan el presente y vaticinan el futuro de las economías de los países. En  especial de aquellos que andan con el agua al cuello.
 Standard & Poors, Moody´s, Fitch  y otras agencias, cumplen sus encargos e, informe en mano, provocan que la bolsa se tambalée, cambien los gobiernos y el miedo y la incertidumbre se nos meta en el cuerpo. Pocos son los que se salvan de esta peste económica y quien más y quien menos trata de atarse el dedo por lo sano y recorta  donde puede y hasta donde no debe. Pero, ¿son tan fiables las agencias de calificación?
Lo cierto es que todas la agencias califican las deudas soberanas de los países en riesgo y, día tras día, cotiza en bolsa la miseria para que un grupo de corporaciones financieras y desaprensivos vuelvan a subir los intereses y asfixien a países enteros.
Día sí y día también las agencias de calificación, a través de todos los medios de comunicación, aventan  entre nosotros nuevas sospechas, incertidumbres y desconfianzas a las que de por sí ya teníamos.
Nos hablan del bono alemán, de la prima de riesgo, que ya nos resulta más familiar que algunas de nuestras propias primas. Nos hablan de cuestiones que muchos de nosotros no alcanzamos a comprender plenamente. Pero la verdad es que, en este siglo tumultuoso y despiadado, la economía cada vez se hace más enrevesada para que  al final no haya nadie que la entienda. Y las preguntas me zumban en la cabeza como avispas dispuestas a clavar su aguijón. ¿Por qué las agencias de calificación  tienen tanto poder?, ¿por qué sus augurios son seguidos al pie de la letra por todo el orbe, como verdades inmutables, a pesar de sus sonados errores?. ¿Son las dueñas de la verdad absoluta?.
 Standard & Poor's  otorgó  la categoría mayor (AAA ) a grandes  paquetes de hipotecas basura. Los inversores confiando en el bajo riesgo  adquirieron bonos basura con grandes pérdidas. Por ejemplo, las pérdidas sobre un valor de 340.7 millones de dólares de estos bonos  emitidos por el Credit Suisse Group llegaron  hasta 125 millones, aunque fueron calificados como AAA por Standard & Poor's. También, en 2008 y 2009, en la crisis financiera de Islandia, Standard & Poor´s dió la máxima calificación a los bancos islandeses  y luego se hundieron. Me pregunto quién califica a las agencias de calificación, cuyo prestigio debería estar en entredicho por sus históricos errores. ¿Qué nota habría que ponerles a cada una de ellas?. ¿La triple A, la B o la C?. ¿La A-1, La B 3 o la C-2?. Cuanto más lo pienso, más llego a la conclusión de que esto parece cada vez más a ese juego de los barcos al que yo jugaba en mi adolescencia. A-1, agua .B-2, tocado, C-3, tocado y hundido.
En estos tiempos de crisis, todo el mundo necesita ser evaluado para saber a cuanto ascenderán al día siguiente los intereses de sus nuevos préstamos, si los consigue. Ante la desconfianza un informe cada día y, cada día, una vuelta de tuerca más hacia el abismo
 ¿Quiénes ganan hundiendo países, devaluando monedas y esperanzas y creando parados y desesperados?. ¿Quiénes se frotan las manos con el cacareo de tanta desconfianza?. Sin duda alguna los países y corporaciones financieras que prestan dinero.
. ¿Por qué un día la deuda de un país, sin que suceda nada excepcional, por espacio de unas horas crece un 20 un 30 o un 40%?. Ignoro los tecnicismos macroeconómicos y bursátiles de cada una de las respuestas que corresponderían a estas preguntas. En el castillo de naipes que se ha convertido esta crisis, el más leve soplo hace tambalearse y caer a pequeños y grandes.
Pero es obvio que detrás de toda esta maquinaria  financiera está el gran capital y la especulación. Quienes prestan el dinero a Grecia, Irlanda, Portugal, Italia o España, ante la alarma por el riesgo, – a veces artificial- suben y suben sus ganancias. De quienes nos hemos hecho dependientes para subsistir, de quienes tienen la sartén por el mango podemos esperarlo todo menos la bondad.
    Descalifica un país que algo queda, ese parece ser el lema del momento. Y aunque ahora, después de tanto tiempo, se está intentando ponerle coto, el endeudamiento y el drama ya lo tenemos encima.
    Me pregunto cómo se puede generar confianza en los mercados y en las personas con tantas inyecciones diarias de desconfianza, con tantas trampas y añagazas. Es como si el médico que va a ver al enfermo le apretase el cuello y le dijese: está usted muy mal, veo muy difícil que salga de esta.
     La confianza genera confianza y la desconfianza, más desconfianza y más intereses para quienes, como España,  piden créditos. El tiempo dirá donde acaba este culebrón.



                                          M. Picó